Anoche soñé y reviví cuando me amputaron la pierna izquierda y al mismo tiempo esa sensación que me quedo en tiempo que algo superior me elevaba impidiendo que otro fuera mi destino. Al igual que un maratonista me elevaba sin rumbo fijo sintiendo en carne propia esa sensación de correr que nunca la perdí. El viento suave me pegaba en la cara y todo mi cuerpo se estremecía ante el esfuerzo. Esa energía que había perdido a los nueve años fluía de mí ser como un relámpago. Las piernas en plácida armonía superaban todo obstáculo. Mi cuerpo se estremecía de placer rogando que la carrera nunca termine. Era como un canto de sirena que me embriagaba como en mi bilocación más profunda. Me desperté excitado y miré sobresaltado al costado de mi cuarto mi pierna de palo que estaba caída, vieja, desvencijada. Los brazos me dolían cada vez más y mi cintura me pedía paciencia por el andar con las muletas. Es que los años pasan, pero la fe y la voluntad se mantienen intactas. El que en su bilocación profunda surcó los aires y como un pájaro viajó en medio de las estrellas debía agradecer a Tata Dios por tantas bendiciones recibidas. La falta de una pata, las muletas y mi bastón no son excusa a mis sesenta y cinco años para seguir luchando, con la esperanza intacta como si tuviera nuevamente nueve años. Es el costo de vivir. Lo importante no es lo que suceda, sino cómo se reacciona. Si te pones a coleccionar heridas vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar. Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo de vivirla. Cuando admites tu destino y la voluntad de trabajar para cambiarlo. Uno crece cuando se enfrenta al invierno, aunque pierda las hojas. Recoge flores, aunque tengan espinas y marca camino, aunque se levante el polvo. ¡Nunca dejes de soñar, porque soñar es el principio de un sueño hecho realidad! ¿Qué es la vida, sino un sueño con final eterno?