
Aclaro, de antemano que importa muy poco cómo me llamo, ni de donde soy ni como he llegado hasta aquí, sino lo que voy a revelar, porque a excepción de una sola hermana, toda mi familia (15 miembros entre próximos y lejanos parientes) sigue, como la inmensa mayoría de su población, rehén del Polisario en los campamentos de Tinduf, pero esto no lo sabrán a través de España y sus laberintos de “derechos humanos” y de “solidaridad’ internacional… La situación de la población de estos campamentos es real y potencialmente inquietante. Atada a la vida, la gente se pregunta con qué derecho fue sometida a tantas humillaciones y a tantos atentados contra su dignidad saharaui. Cunde la desconfianza y la parquedad. Desaparecen trágicamente la solidaridad, la fraternidad y el amor al prójimo. La gente no busca más que sobrevivir para el día siguiente con la eterna pregunta de que si alguna ayuda humanitaria internacional u otra limosna haya llegado al campamento y, sobre todo, si les va a llegar.
Maestros del odio y del bandolerismo, los responsables del Polisario no escatiman esfuerzo alguno para alargar el drama de la población de este gulag argelino de Tinduf.

Oberven como el niño de color de atràs no le dan ni la gorra
Confinada a vida, privada de sus derechos más elementales de circular y de expresarse, obligada a convertirse en escaparate para la mendicidad internacional, la población de estos tristes campamentos ve a sus hijos adiestrados como si fueran caninos.
