Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón Poeta y escritor (Argentina)
No se asusten, suponiendo que voy a formular una larga perorata, sentimental y lacrimosa, buscando despertar la conmiseración de todos hacia un sector desprotegido, que al exponer sus cuitas lo haría a la espera de ventajas.
A mi edad considero merezco respeto. Una persona con problemas – en mi caso me falta una pierna y debo manejarme con muletas -, necesito ser tratado con ciertas diferencias por el evidente hecho de ser distinto. A quienes tenemos todavía la suerte de seguir ejerciendo la práctica diaria del ejercicio de la profesión nos encontramos con un sinnúmero de barreras y obstáculos, que la mayoría de las veces por una cuestión, tal vez absurda de dignidad mantenemos silencio. Este impedido que alguna vez formo parte de los tres poderes del estado y tiene el honor de pertenecer actualmente a una categoría claramente definida, la de un abogado, desea y exige igualarse a los demás para de ese modo insertarse a la sociedad en igualdad de condiciones. A pesar del avance del procedimiento digital en todas las áreas del poder judicial muchas veces se necesita requerir información sobre los legajos y transitar hacia el palacio de justicia. Ese palacio que fue mi casa cuando ingrese a los dieciocho años como oficial auxiliar y me retire siendo juez luego de enfrentar a una mafia para salvaguardar a mi familia. En ese enorme edificio para ingresar existe un apretado espacio al que se debe subir por empinadas escaleras. Todo su frente se encuentra rodeado de enrejados que han cubierto en su totalidad una rampa supuestamente colocada para personas con discapacidades. En su emblemático pórtico de entrada e numerosos policías se esfuerzan por ayudar para que algún distraído pueda deslizarse. Al ingresar una mampara de vidrios con un largo mostrador te detiene para qué un empleado escriba el nombre, la matrícula y el destino puntual en donde ejercerás tu diligencia profesional. Una vez en los pasillos después de golpear cada una de las ventanas de las distintas oficinas – la que todos los meses cambian de nombre – con suerte serás atendido. En esas galerías totalmente desoladas en este tiempo cibernético no existe un solo asiento para poder esperar. Sobre cada oficina luce un abolido cartel señalando atención preferente al discapacitado. Al abrirse alguna de sus ventanas un empleado con indiferencia y de manera automática, contesta no lo pueden atender por el momento están en audiencia. Un delgado caño ennegrecido que limita las galerías del edificio te sirve de apoyo y en un pilar fijar tus muletas. Contra estas y muchas degradaciones he realizado innumerables presentaciones en el tiempo. En la oficina en la que alguna vez tuve el cargo de secretario de superintendencia, una empleada del Ministerio Fiscal con libreta en mano escribe su reclamo. Será atendido (Será Justicia). Pensar que alguna vez siendo legislador he sido el mentor de la comisión de familia, menores y discapacitados. Perdón debo terminar con mi primera carta y en este bar para ir al baño debo subir una escalera. Tratare de llegarme al Colegio de Abogados cuyos miembros en cada elección te suplican el voto. Espero me tomen mis reclamos y no encontrarme con más escalones.