La moderna, vital, optimista y entusiasta industria del turismo debe mostrar al mundo un Valle tafinisto burbujeante, con la alegría de sus verdores y la cumplida atención a sus visitantes. Es esa la forma de mostrar la capital del turismotucumano que
debe brindar a quienes la visitan y a sus lugareñosel esplendor de sus paisajes y las delicias de su clima.Sin embargo, a mí, acriollado en el lugar, consustanciado con sus esencias, participe de sus tradiciones como anfitrión por el mero hecho de ser veraneante y tucumano, tengo que decir que este valle debe y necesita tener sus servicios públicosy controles debidamente programados ante
eventos preorganizadosque son puntuales y perfectamente programados en el tiempo. Es obvio que en un lugar paradisiaco que vende sus beneficios hasta en la vecina ciudad de Córdobay quiere recibir a miles de visitantes debe prever los acontecimientos. Me parece que uno de los puntos flojos y que debe modificarse es la programaciónde sus innumerables semáforos en su calle principal. Todos los fines de semana despuésde un evento turísticoo deportivo, largas colas de automóviles que circulanpor las arterias céntricas son testigos previsibles del desorden del tránsito. Cinco semáforosen una sola arteria con un mínimode 20 segundo para pasar y una espera de un minuto y medio en cada semáforoconvierte al espacio céntricoen un auténtico laberinto del infierno.Cuando el sentido comúndejaba que los numerosos agentes municipales dirijanel transito el caos daba lugar a la corduray a la sensatez. Se vieneel difundido Seven y la tradicional fiesta del queso, por lo que lasluces rojas verdes y amarillas debe ser un llamado de atención para que las autoridades pertinentes modifiquen lo que será sin duda un grave problema en estos meses de veraneo. Mis objeciones sin ánimode polémica sobedecen a saber escuchar a doña rosa que casi siempre tiene la razón.