US President Barack Obama and Russia's President Vladimir Putin shake hands while posing for a photo ahead of a bilateral meeting on the sidelines of the 70th session of the UN General Assembly at the United Nations headquarters on September 28, 2015 in New York. AFP PHOTO/MANDEL NGAN
La inmensa mayoría de los observadores internacionales e imparciales, unos más que otros, se han dado la perfecta cuenta de que de Siria e Irak depende el futuro de Rusia y de Estados Unidos, más de los segundos que de la primera.
Por ello una y otros han decidido actuar si mascaras. Rusia en su empeño de defender al régimen sirio y Estados Unidos, fuerte con su Daesh y su “resistencia moderada” una desfachatada cobertura de Nusra y Al Qaida tratan, de diferente manera pero con la misma finalidad y objetivo de crear esferas de influencia; primer embrión de lo que va a ser una presencia “legitima” y legalizada a través de acuerdos, firmas y tratados.
Entre ambos deambula una Turquía que no sabe sobre qué pie debe bailar. Quiere ayudar a estados Unidos en Mosul y es rechazada y desea ayudar a Rusia en Alepo y también es rechazada. ¿Qué le queda a Erdogan? Encontrar el pretexto y tratar de eternizar la guerra en los dos países, porque de acabarse acabarían con ella la influencia y el papel estratégico geopolítico de Ankara en la región y para las dos súper potencias que han acabado por descubrir sus polifacéticas intenciones.
La batalla de Mosul ha colocado a Estados Unidos y sus tergiversaciones en una inconfortable posición: entre la espada de Daesh y el muro iraquí. De esta batalla se va a decidir el futuro de Daesh y…poco después de Estados Unidos.