DR. JORGE BERNABÉ LOBO ARAGÓN Escritor (Argentina)
El verbo « discriminar », es nuevo. La academia lo incorpora a su diccionario de 1925 como regionalismo de la Argentina y Colombia, y recién después se integra al caudal de la lengua general. En su sentido más directo significa separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra. Vale decir que la discriminación es la facultad de la inteligencia humana. El que piensa discrimina. Discriminar es propio de inteligentes. En cambio “discrimen” es término arcaico, proviene del latín y significa riesgo, peligro inmediato. Pero pareciera que el viejo “discrimen” le ha pasado su sentido malo, amenazador y expuesto, a la tan límpida, necesaria y útil discriminación. De tal modo que si se habla de discriminar, muchos entienden que es un pecado espantoso, una aberración una afrenta a los derechos humanos. Si en un grupo de alumnos fueran unos ciegos y otros sordos, seria excelente discriminarlos, enseñándoles a unos música y a otros pintura. Lo contrario, empeñarse en que todos aprendan lo mismo – o que ninguno aprenda nada -, no sería nada discriminatorio pero bastante estúpido. Se condena la enseñanza de la religión con el simplísimo argumento de ser discriminatoria. Es claro que discrimina. Eso es lo que tiene de bueno. Discrimina porque da enseñanza a quienes la aceptan y a los chicos cuyos padres la rechazan no se les enseña. En esto cabe perfectamente la frase, “Dios los cría y ellos se juntan », ocurre con nosotros en varias cosas. La pena es que quién más la utiliza es quién se supone debiera combatirla, el hombre; pues sabe el daño que causa. El de piel blanca se cree mejor que el de piel oscura y si comparamos a hitler con Mandela establecemos el primer error. Cree que el perro de raza es mejor que uno de la calle y la simpleza no cambia el afecto que sienten por quiénes los crían. El faisán alimenta al igual que una paloma torcaza, y no importa el brillo de sus plumas. Piensan que el obeso ocupa mucho lugar en vano y muchas veces son genios cuya inteligencia salva millones de vidas de delgados ignorantes desde una pequeña vacuna. Creen que sin un título universitario no se llega a ningún lado y sin embargo para llegar a él se iniciaron en un aula con una maestra de guardapolvo blanco. Lamentablemente también lo hicieron los malos políticos, esos que ahora le niegan a una Maestra un sueldo más digno porque es más barato aportar conocimientos, que mover dinero. Discriminan a la mujer y se olvidan que les deben la existencia a sus madres. Los ladrones discriminan a los policías, los ricos que pagan en negro a sus empleados, los políticos discriminan al pueblo con promesas que saben jamás cumplirá y hasta los niños discriminan a sus compañeros por la marca de una zapatilla, o los jóvenes por un celular. Y sin importar el sexo o el dolor que causan se olvidan que todos somos iguales ante Dios Y ante nosotros mismos porque la vida tiene el mismo precio para todos. Además ¿quién puede discriminar?, ¿existe acaso el perfecto? O cómo decía la madre “Teresa”. Primero quiérete a ti mismo. Debiéramos discriminarnos a nosotros mismos. Es un tema largo y complejo, el campesino que siembra la semilla del alimento de mañana es el único que no discrimina, la siembra para toda la humanidad, la lluvia que mantiene el alimento en los ríos y en el mar, tampoco, el aire que nos permite respirar no se fija en que pulmón ayudar y la muerte amigo mío llega para todos, nos trae en una mano las sombras y en la otra el silencio. El único necio que discrimina, es aquél que como todos, se convertirá en nada.