No hay mejor manera de entender una ciudad que, simplemente, estando allí sin plantearse mayores pretensiones. Solemos equivocarnos pensando que la forma idónea de aprovechar un viaje es acumulando todas las experiencias y sitios posibles, como si una mayor suma de partes concibiera un todo más completo.
A menudo nos olvidamos que conocer los lugares suele implicar perder el tiempo en ellos. Pensando en esta forma de viajar hablaremos del que, probablemente, se trate de unos de los mejores espacios de todo Marruecos en el que dejar transcurrir las horas: el Café Hafa en Tánger.
Cómo llegar
Teniendo en cuenta que su localización es periférica, recomiendo pensar en el café como el perfecto colofón final de una visita a la ciudad, bien aprovechando para reconocer lugares cercanos a éste (como la necrópolis o, algo más lejos, la kasbah), o bien disfrutando allí del resto de la tarde.
Suponiendo que nos encontremos en algún lugar céntrico, por ejemplo la Plaza 9 de Abril, tendremos tres opciones para llegar hasta el Café Hafa. La primera y más directa, acordando —y regateando— el traslado mediante petit taxi (no debería costar más de 20 dirhams el taxi completo).
En el caso de que nos animemos a realizar una caminata de alrededor de 20 minutos, podríamos atravesar la puerta que conduce a los Jardines de la Mendoubia y continuar recto hacia arriba, o dirigirnos hasta el café central, tomando entonces la calle situada justo enfrente y continuando derecho. De todas las formas propuestas, es esta última la más sugerente, ya que evitaremos la cuesta y nos daremos el gusto de deambular por la medina.
En cualquiera de los tres casos accederíamos a la plaza capturada en la foto. Una vez allí, deberemos tomar la calle a la derecha, hasta llegar a la entrada del café. Resulta fácilmente identificable, gracias al letrero construido con piedras sobre una pared blanca que se aprecia al fondo.
Las características de este singular e icónico espacio no destacan, como tantas y tantas veces ocurre en Marruecos, por su gran valor arquitectónico o la sabia elección de sus materiales: suelo de hormigón, barandillas de ladrillo, sillas de plástico y un peculiar y variado catálogo de mesas, algunas de mampostería, otras de madera y unas cuantas de metal, en un estado de oxidación más que evidente.
Probablemente, cuando el regente del local, Ba M’Hamed, decidió concebir este lugar en 1921, su intención no pasó por otorgarle una singular belleza. Definitivamente sabía que la magia del momento no depende tanto del diseño como del enclave y las personas que comparten ese instante.
En ese sentido, al Café Hafa le sobran motivos para ser considerado un espacio del más alto nivel: terrazas escalonadas en las que sus habitantes pasan horas y horas frente a unas impresionantes vistas del estrecho de Gibraltar, tomando un té a la menta —uno de los mejores que he probado de todo Marruecos, me atrevería a decir—, charlando, jugando o escuchando música.
Desde luego no se trata de un lugar para tomarse a la ligera, en más de un sentido. Primero, porque gran parte de la historia y cultura de Tánger recae en él (muchas y variadas son las celebridades que han pasado por aquí), pero fundamentalmente porque no puede entenderse en una visita de breves minutos.
Y no sólo por la necesidad de armarse de paciencia para recibir lo que se ha pedido —al lema oficial del país, la prisa mata, hay que sumarle un escaso número de camareros y una logística ineficiente debido a su diseño aterrazado— sino, sobre todo, porque hasta emplear una tarde entera, viendo pasar el tiempo y compartiéndolo con el resto de los asistentes, no llega a entenderse en su justa medida.
Una última reflexión
A continuación se muestran dos fotos, que exponen la misma situación (la terraza de un café) en dos escenarios distintos: en el primer caso, en España, y en el segundo, en Marruecos:
Resulta más que palpable la diferencia: aun siendo adictos confesos a la vida callejera, los españoles preferimos distribuirnos en círculo alrededor de una mesa, dando la espalda a la calle si es necesario. En contraposición, el marroquí suele dejar ese lado vacío, volcando toda su atención en la vida que se le presenta delante.
Probablemente la discrepancia tenga que ver con nuestras respectivas actitudes vitales. A nosotros nos gusta hablar de todo lo que ocurre, de una forma un tanto atropellada e intentando, no en pocas ocasiones, resolver los problemas que nos rodean. Siempre recordaré la frase con la que un amigo solía sentenciar una sesión de café: “ya hemos arreglado la mitad del mundo, mañana arreglaremos la otra mitad”.
Sin embargo, la conversación de un marroquí en torno a un té con hierbabuena suele ser menos encendida y más pausada. Prefieren la observación y la contemplación, quizás aceptando que hay ciertas cosas que no se pueden cambiar, pero sobre todo agradeciendo lo que ya tienen.
Estas particularidades de la cultura de un país no se aprenden contratando a un guía o visitando un museo. Se entienden dejándose llevar, viendo pasar el tiempo en algunos de los locales que pueblan las ciudades. En ese sentido el Café Hafa se trata, probablemente, de uno de los mejores lugares de Marruecos para hacerlo.
Fuente: Siente Marruecos viajes
Información sobre el autor
(*) Mi nombre es Rafael Iglesias y siempre que tengo la oportunidad cruzo el estrecho, buscando en el país vecino aquello que hemos perdido en Occidente. Desarrollo la identidad corporativa, la visibilidad y la confianza online de Siente Marruecos.