Ignorando que era totalmente calvo, una dama escribió a Gabriele D’Annunzio (1863-1938), príncipe de Montenevoso y escritor italiano, pidiéndole con ardor un mechón… o aunque fuera uno solo de sus cabellos. Y respondió el homenajeado: “Siento en el alma no poder satisfacer su deseo, señora.
Por complacer peticiones anteriores he tenido que partir en cuatro el último pelo que me quedaba”.