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EL SECRETO DE LA ADELFA, Por Abdelmounaim Ouahbi*

Cuento


• Abdelmounaim Ouahbi es doctorando en la Universidad Mohamed I-Oujda

Ángel nunca había pensado que llegaría un día en que sus manos cogerían un fusil para participar en una guerra y, ni siquiera, pensar en matar a una persona por cualquier motivo. Para él, las guerras eran fabricadas por los ricos y los mercenarios para hacer fortuna.

          Aquél día era lúgubre y tétrico, las despedidas eran como funerales en el puerto de Málaga. Ángel acompañado por sus padres, no tenía ni la mínima idea adónde irá ni qué le deparará su destino en esa aventura africana. Quizás, responder al llamamiento nacional es una ilusión o una tumba, nadie sabe qué pasará en el más allá de la orilla. Su madre le aconsejaba que tuviese cuidado de sí mismo y de que le ha puesto en su equipaje el talismán de su abuelo que le traerá suerte. Mientras su padre, le recuerda las grandes hazañas de la patria española en América latina:

           ¡Hijo regresarás como un héroe! ¡Estoy muy orgulloso de ti!

La mirada de Ángel era triste y luctuosa, pasaban por su cabeza miles de ideas e imágenes, mientras escuchaba las palabras de sus padres. Jamás ha creído en la violencia como solución a cualquier crisis. Pero siente en su interior algo que le arrastra a otro mundo sin saber cuál sería su final. Suenan las bocinas de los buques, se escucha el alboroto y el fandango de la multitud y los gestos de la despedida se mueven en el aire como palomas. Ninguno de ellos sabe si volverá vivo o en un ataúd o jamás volverá. Esta es la calamidad y la desgracia de las guerras; tan tonto y zopenco es el hombre que deja de vivir y disfrutar de la vida, para enfrentarse a sí mismo cuando el universo es ancho y ajeno que puede abarcar a todo el mundo. Tal vez, por esta razón fue expulsado del paraíso. Ángel no era un soldado cualquiera, era un intelectual persuadido por las ideas filosóficas de su época. Llevaba a escondidas el libro Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno. Lo llevaron a la guerra por la fuerza, por ser pobre y por no poder pagar para la reducción de la duración del servicio militar, que se hizo obligatorio. Y, además, por los motivos de la guerra del Rif y su recrudecimiento no tuvo excusa para escaparse de esta fatalidad.

¿De qué te sirve meterte a definir la felicidad si no logra uno con ello ser feliz? Ángel recuerda esta frase de Unamuno en el mismo libro que llevaba, mientras el cabo llama a los soldados para la cena.

En la otra orilla, vivía Malika, joven hija de agricultores rifeños, feliz en su huerta y dichosa con sus animalitos. Mimoun, el padre de Malika, había muerto en la batalla del Barranco del lobo, la dejó huérfana con su madre Aicha. No sabía nada de lo que pasaba en el mundo solo le importaba su entorno, sus flores, sus hierbas, sus animalitos, sus árboles. Vivía en una armonía esplendida con todos estos elementos. Cuando salía a pastorear, siempre cantaba unos versos o Izran (cantos rifeños) sobre el amor y la relación entre el hombre y la mujer.

En la casa tenía todo tipo de hierbas y vasijas de barro; Malika conocía muy bien el uso de cada hierba, sea para cocinar o para curar. Pero lo que más le gustaba es cuando su madre le hacía trenzas y, al mismo tiempo, cantando las dos los Izran del Rif. A veces cuando dejaban de cantar, le pregunta a su madre:

          -Dime madre: cuando tú te casaste, ¿conocías a mi padre?

Su madre le contestaba riendo: cómo lo voy a conocer, si yo no traspasaba el umbral de la casa; los hombres que conocía solo eran tu abuelo y tus tíos.

Por la mañana en el buque se escuchaba la trompeta acompañada de los cánticos:

 Quinto, levanta,

 tira de la manta;

Quinto, levanta,

tira del colchón,

que viene el sargento,

con el cinturón.

Ángel abría los ojos intentando levantarse de la cama para que no recibiera una bronca. Todos los soldados se precipitan para ponerse de pie, mientras que el buque intenta anclar en el puerto de Melilla.

Llevaron a los soldados al campamento militar de Ighriben. La guerra había llegado a un punto cruel y tenso. Había miedo permanente en ese lugar de sufrir cualquier ataque en cualquier momento. Por la noche, Ángel escuchaba a los soldados veteranos hablar de la bravura de los combatientes rifeños, liderados por un tal Abdelkarim. La situación en el campamento era cada vez más crítica por los continuos ataques de los rifeños, que pusieron un cerco al campo militar interceptando la llegada de las municiones, hasta que llegó el ataque definitivo que causó grandes daños y bajas. Ángel fue herido en su brazo y todos los soldados huían desesperadamente, intentando recomponer las fuerzas que no tenían. A su vez, Ángel herido y soportando el dolor, emprendió un camino sin saber a dónde iba huyendo de los balazos que venían desde todos los lados. Estuvo toda la noche corriendo hasta llegar a un monte abatido, hambriento y sediento. Al llegar a una pequeña casa rústica, se desplomó y se quedó inconsciente.

Malika, como siempre, se levanta al alba para dar de comer a sus animalitos y sacarlos después a pastorear. Tenía una oveja y tres corderos, le gustaba enormemente cuidarlos. Han crecido con ella, comen de su mano e incluso habla con ellos. Inventó un lenguaje especial para comunicarse con ellos y se entienden a la perfección. Aquél día va ser diferente y peculiar cuando Malika abrió la puerta para sacar a su ganadito. Se llevó un gran susto, cuando vio un hombre tirado en el suelo y con ropa de soldado. Era Ángel, que sigue todavía inconsciente. Malika sin saber qué hacer, corrió hacia dentro de la casa para avisar a su madre, que estaba en la cocina preparando el desayuno. ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! Malika gritando: hay un hombre muerto fuera. La madre asustada, dejó la tetera que tenía en sus manos y se fue corriendo tras ella. La madre, pensando todavía en lo que soñó a noche, estaba segura de que no era una pesadilla sino una videncia. Vio cómo su marido vestido de blanco y con una barba blanca en un verde campo lleno de naranjos le decía: ¡Aicha! Si ellos me han matado, ¡tú no mates a nadie, por favor! Y en la puerta de tu casa te dejo un recado.

¡Ay, Dios mío!! Sigue murmurando Aicha, una vez fuera de la casa. No se cree lo que acaba de ver, un soldado inconsciente y tirado en el suelo, sangrando de un brazo; y recordando todavía las palabras de su marido Mimoun. ¿Qué vamos hacer madre?, le pregunta Malika. ¿Aviso a la gente de la aldea? ¡No!, ¡No!, le replica su madre, sujeta conmigo despacio. No está muerto, está herido, lo vamos a llevar dentro. Lo pusieron en una habitación pequeña y Aicha mandó a su hija para que le traiga agua tibia y un trapo limpio. Le limpió la herida detenidamente y le puso unas cuantas hojas de adelfa sobre ella, como una especie de vendaje. Aicha tenía todo tipo de plantas medicinales en casa: manzanilla, aloe vera, tomillo, lavanda, menta…

Cada vez Malika se asoma a la puerta de la habitación para ver si Ángel había despertado. Mientras tanto, su madre sigue en la cocina muy asustada, temblando de lo que acaba de pasar y con dudas si lo que ha hecho está bien o no. Esta vez, cuando Malika se asomó a la puerta, vio como Ángel acaba de abrir los ojos por primera vez y corrió para avisar a su madre.

Las dos se quedaron en frente de él atemorizadas. Mientras tanto, Ángel todavía mareado, parpadeando y mugiendo a la vez, no podía levantarse. Enseguida, su mirada se fijó en Malika, como si Aicha no estuviera a su lado; soltó una sonrisa leve, soportando todavía el dolor.

            Era el primer cruce de miradas y sonrisas entre Ángel y Malika. Fue la primera locución de un lenguaje que iba a nacer y que será eterno. Era un día muy soleado y caluroso, de un verano ardiente de enfrentamientos entre españoles y rifeños. No obstante, en ese lugar y en esa modesta casa rifeña, dentro de esta paradoja, surgirá la aurora de una bonita y hermosa relación.

Ángel sediento y hambriento pronunció solamente una palabra: ¡Aaaagua! ¡Aaaaagua!

Sabiendo que no entenderían su lengua, hizo el gesto universal para indicar el deseo de beber y llevando el pulgar a la boca. Malika fue corriendo y le trajo un jarro de agua, ayudándolo a beber porque no tenía suficiente fuerza para sujetarlo. Era la primera vez que le toca las manos a Malika.

Fue toda una semana la que se quedó Ángel en la casa. En todo este tiempo, fue Malika quien le llevaba de comer y beber; e incluso le cambiaba el vendaje cada vez, poniendo unas hierbas frescas para curarle la herida. Además, le dio ropa de su padre para ponérsela, enterrando el uniforme militar sangriento fuera de la casa y en un hoyo que excavó ella misma.

Durante aquellos días, aunque Aicha estaba muy preocupada, tenía fe en las palabras que le dejó su marido difunto en la videncia que vio en su sueño. Mientras tanto, Malika sigue empeñada en sus labores de la casa y, al mismo tiempo, preocupándose de la salud de Ángel, que ya se acostumbró a sus visitas y crearon ambos una manera de entenderse mediante gestos y mímica, e incluso aprendieron los dos algunas frases y palabras en cada lengua del otro. Ángel no podía salir de casa por temor de que lo viera alguien de la aldea. Aunque la casa donde vivía Malika y su madre, estaba un poquito lejos de otras casas.

Aunque Aicha los observaba, los dos no pudieron esconder la admiración que siente uno hacia el otro mediante las miradas, las sonrisas y los gestos. Ángel todavía guardaba el talismán de su abuelo y el libro de Unamuno que leía de vez en cuando. Pero esta vez se está convenciendo de que está emprendiendo el camino de la felicidad y lo ha encontrado aquí en este modesto lugar.

Al acabar los siete días y habiendo recuperado las fuerzas, Aicha le dijo a Malika que Ángel debe marcharse ya porque corren un peligro muy grande, si las descubren. Sacó del armario una chillaba y unos zapatos viejos de su marido, se los dio a Malika y le dijo:

           ¡Anda vete ya y dale esta ropa y explícale que tiene que salir por la noche!

Malika no podía oponerse a las palabras de su madre, aunque en su interior sentía una tristeza y un miedo tremendos. Su corazón latía como nunca y fue directamente a la habitación donde estaba Ángel y le explicó con diferentes gestos de que debe marcharse esta noche, dándole la chilaba y los zapatos. Ángel, a su vez, sintió una gran tristeza, sin dejar de manifestar su amor hacia Malika. Se le escapó una lágrima y la abrazó; ella no pudo ofenderse, pero de repente salió corriendo. Por la noche, Ángel se puso la chillaba y los zapatos del padre de Malika, la despedida fue muy triste y melancólica en la puerta de la casa. Malika le regaló una pulsera de pandora que ella misma fabricó. Sin embargo, su madre no dijo nada, sintiendo que había cumplido con su labor y la profecía. Ángel como no tenía nada que ofrecerle a Malika, sacó el amuleto de su abuelo, el ojo de Horus, y se lo regaló. Salió por la puerta y siguió un atajo que le mostraron para evitar la aldea, siguiendo el camino hacia abajo. Tuvo la suerte de no encontrarse con nadie, camino abajo, hacia la carretera por donde pasan los militares. Allí se quedó escondido hasta la mañana. Cuando pasó un carro de combate español, comenzó a chillar: ¡Soy español ¡Soy español! ¡Soy el soldado Ángel! Los soldados no pudieron creer lo que estaban viendo, un hombre con chillaba y hablando un perfecto español. Le pidieron que ponga manos arriba, con el miedo de una emboscada y le mandaron que se acercase. Una vez cerquita, lo reconocieron y lo subieron al camión donde les contó toda su historia, que les dejó alucinados y ofuscados.

Al terminar la guerra del Rif, Ángel volvió hacia el lugar donde vivió la mejor historia de su vida. Siguió el mismo camino en busca de un amor que marcó su corazón para siempre. Cuando se acercó a la casa, escuchaba unos cánticos “Izran” en rifeño de lejos, su corazón latía tremendamente, no podía sostenerse y empezó a correr hasta llegar al umbral de la casa. Era Malika, jugando con un borrego y cantando en rifeño. Malika no podía creer lo que acaba de ver, era Ángel. Esta vez no fue corriendo para avisar a su madre, si no lo hizo en dirección de Ángel y los dos se envolvieron en un eterno abrazo.

Ángel y Malika se casaron y fueron a vivir a la ciudad de Villa San Jurjo, después del desembarco de Alhucemas. Un lugar donde se vivirá una hermosa historia de convivencia entre españoles y rifeños.

ABDELMOUNAIM OUAHBI

ALHUCEMAS (MARRUECOS)

  • Abdelmounaim Ouahbi es doctorando en la Universidad Mohamed I-Oujda

(Formación doctoral: Comunicación, Lenguaje, Tecnologías y Educación)

 

Este cuento se hizo merecedor del segundo premio en el Primer Certamen de Relatos Cortos « Ciudad de Tetuán», auspiciado por la Fundación Mgara de Tetuán, en la edición de 2022.

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