Crónica internacional
Esglobal Juegos malabares en la economía china Georgina Higueras

Acróbatas chinos realizan un espectáculo de malabares en Londres. Chris Jackson/Getty Images
Dentro y fuera del gigante asiático los expertos están de acuerdo en que la economía del país tiene que transformarse, otra cosa es saber cuál es la mejor receta para hacerlo. ¿Están funcionando las políticas del líder chino, Xi Jinping?
Xi Jinping se enfrenta en el otoño de este año al XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), mientras una de sus grandes promesas, la transformación de la economía, se balancea en la cuerda floja. El secretario general del PCCh que, según lo previsto, renovará su segundo y último mandato de cinco años en ese cónclave, se había comprometido a dejar tras de sí una economía más eficiente e innovadora, con exportaciones de alto valor añadido, un sólido consumo interno, un fuerte ascenso del sector servicios y en la que el mercado tuviese mayor capacidad de decisión. En este último punto, sin embargo, ha habido más retroceso que avances, sostienen la casi totalidad de los economistas occidentales, que asisten desconcertados a los juegos malabares que practica el líder chino, con el libre mercado en una mano y la intervención en la otra.
El presidente chino, Xi Jinping, habla en un debate sobre negocios entre China y EE UU. Elaine Thompson-Pool/Getty Images
La llamada “economía socialista con características chinas” fue el eufemismo bajo el que floreció un capitalismo salvaje, alimentado por Pekín a partir de 1979, en el que todo era válido siempre que impulsara el crecimiento económico del país. Las consecuencias negativas se acumularon hasta desembocar en lo que Kennenth Liberthal, director de Asia en el Consejo Nacional de Seguridad de Bill Clinton (1998-2000), llamó la “década perdida” de Hu Jintao (2002-2012), en la que los problemas se agravaban y crecían, sin que nadie hiciera nada por resolverlos. La falta de gobernanza –“La montaña es alta y el emperador está lejos”, dice el proverbio chino– originó también una corrupción desmesurada y el que gobiernos locales y ayuntamientos campasen por sus respetos.
Esa etapa de crecimiento desbocado se acabó con Xi Jinping, un líder empeñado en poner orden y controlar todo, desde el partido al Gobierno, pasando por la economía, la cultura y la sociedad. Su equipo ha comenzado a poner en práctica lo que considera una vía económica propia de China, en la que el mercado no es un fin en sí mismo sino una herramienta al servicio del Estado, es decir, del PCCh, que puede utilizarla para sus fines de la misma forma que usa otras como la intervención.
Al igual que durante más de tres décadas el crecimiento económico fue la fuente de legitimación del PCCh tras los desmanes ideológicos de la Gran Revolución Cultural (1966-1976), la redistribución de los beneficios del crecimiento se ha convertido en la clave del nuevo contrato social entre el partido único y los 1.380 millones de habitantes de la República Popular. La política de reforma y apertura implantada por Deng Xiaoping para poner fin a la autarquía maoísta convirtió a China en la segunda potencia económica del mundo, pero también generó enormes desigualdades sociales y regionales. A Xi le toca ahora batallar por la búsqueda de un equilibrio que favorezca la paz social.
El objetivo del Presidente es crear “una sociedad armoniosa y moderadamente acomodada”. Para ello se enfrenta al doble compromiso de luchar contra el abismo abierto entre ricos y pobres y duplicar, para el centenario del PCCh que se cumple en 2021, la renta per cápita que los chinos tenían en 2011 y que ascendía a 5.447 dólares. Esto exige mantener un crecimiento sostenido de la economía en torno al 6,5% anual.
Los expertos tanto dentro como fuera de China afirman que con una economía en la que la suma de la deuda pública y privada supera el 250% del Producto Interior Bruto (PIB) –casi 30 billones de dólares– no se puede mantener un crecimiento sostenido si no se hacen reformas. Pero unos y otros divergen en la forma de abordarlas. En Occidente, los economistas liberales señalan que es urgente ganar competitividad y que el principal lastre de la escasa productividad china se encuentra en las grandes empresas estatales, que absorben el 70% de la deuda corporativa y que en buena parte son incapaces de pagar. Su receta es una reestructuración acorde a las leyes del mercado, con la privatización, la reducción o el cierre de muchas de estas compañías, lo que supondría dejar sin trabajo a decenas de millones de chinos.
Un trabajador chino en Pekín. Wang Zhao/AFP/Getty Images
Sin embargo, esa amarga medicina no gusta al partido y mucho menos en un año en que todos los esfuerzos están concentrados en la estabilidad para que el XIX Congreso se celebre sin sobresaltos. El equipo de Xi Jinping está convencido de que lo fundamental es hacerse con el control de todo el sector estatal y dejar que el mercado movilice el sector privado. La primera medida ha sido meter en cintura a los dirigentes de los conglomerados estatales, algunos con escaño en el Comité Central del PCCh. Muchos están siendo investigados por corrupción o por desobediencia a las órdenes de Pekín para, entre otras metas, limitar la sobreproducción y/o la contaminación. Centenares de ellos han sido encarcelados y/o destituidos y expulsados de las filas comunistas.
Xi quiere que todo el mundo reme y que lo haga en la misma dirección: por la gloria del PCCh, supuestamente la única institución que puede garantizar el bienestar y la seguridad a los ciudadanos del país más poblado del planeta. El presidente de la Comisión Reguladora de la Banca China, Shang Fulin, afirmaba en septiembre durante una reunión: “Ustedes son primero miembros del partido, secretarios del partido y después presidentes o directores de bancos”.
Lo que se impone es llevar a la práctica y consolidar los fundamentos de lo que Deng Xiaoping llamó “economía socialista con características chinas”, un híbrido flexible de mercado e intervención, que el partido manejaría de acuerdo a las necesidades del momento. Esto supone reforzar el control tanto sobre las empresas estatales como sobre los gobiernos locales, que son los principales cómplices de sus desmanes, ya que hasta ahora la toma de decisiones económicas está muy descentralizada en gobiernos locales y ayuntamientos.
Los funcionarios consideran que este híbrido puede funcionar porque China tiene a su alcance una serie de herramientas inexistentes en las economías occidentales. La deuda de las empresas estatales está en manos del Estado, por lo que este podría borrar la deuda y recapitalizar los bancos imprimiendo dinero o pidiéndolo prestado. Es decir, Pekín podría pedir a los bancos refinanciación indefinida. Según el director de Estadísticas del Banco Popular de China Sheng Songcheng, el “Gobierno chino, tanto en política fiscal como monetaria, tiene mucho más poder [que los occidentales], por lo que es capaz de encontrar la combinación óptima”.
Por el contrario, premios Nobel de Economía como Paul Krugman consideran con esa política que China solo estaría comprando tiempo y que cuánto más tarde en afrontar la burbuja crediticia el bucle será mayor y la transición hacia una economía sostenible será más difícil. En esta misma línea, el semanario The Economist señala en el último número del pasado diciembre que “la economía china es hoy más fuerte de lo que era hace una par de años”, pero advierte contra las consecuencias negativas si se siguen retrasando las necesarias reformas, sobre todo en el caso de que con Donald Trump en la Casa Blanca estalle una guerra comercial con Estados Unidos.
Precisamente el uso de herramientas que distorsionan el mercado es lo que ha llevado a EE UU, la Unión Europea y Japón a no reconocer a China el estatus de economía de mercado, al cumplirse, el 11 de diciembre pasado, el periodo transitorio de 15 años desde que entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Empeñada en la mundialización de su economía, la decisión ha sentado muy mal en Pekín, que ha decidido recurrirla legalmente ante los órganos de la OMC.
Billetes de 100 yuanes. Fred Dufour/AFP/Getty Images