
| | | Desde que el pasado noviembre Donal Trump ganase las elecciones presidenciales de los Estados Unidos y el Partido Republicano se hiciese con la mayoría en las dos cámaras del legislativo, se vienen sucediendo un conjunto de hechos, gestos, nombramientos y declaraciones que están acrecentando las expectativas ante los cambios que se prevén. Pero que vienen envueltos en no pocas incertidumbres y no menores cambios en las maneras de actuar y comunicar las actividades del nuevo Presidente y de su Gobierno Federal.
Todo ello ha propiciado que se suponga que la primera potencia mundial quiere cambiar su papel en los procesos asociados a la globalización, al comercio internacional y a las relaciones de Washington con determinados países. Incluyendo en ello la marcha atrás en la suscripción en curso de tratados multilaterales o la puesta en cuestión de otros ya operativos desde hace años.
Así mismo las relaciones con los medios de comunicación o los primeros desacuerdos con el poder judicial suponen cambios sustantivos con lo que venía siendo usual, hasta el extremo de anticipar controversias más profundas y sostenidas. Generando extrañezas en la forma de interpretar hechos y maneras de considerarlos.
Hasta ahora, dadas las pocas semanas transcurridas desde la victoria electoral o menos desde la jura en la escalinata del Capitolio, solo se puede hablar de indicios de cómo se irán concretando políticas y prácticas de gobierno. Pero a partir de los cuales otras potencias, como es el caso de China, se han apresurado a decir que podrán configurar una nueva globalización con un mayor protagonismo del gigante asiático. Mientras otras, como es la Unión Europea, especulan y tantean todavía como debieran adaptarse a las nuevas circunstancias. |
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