Crónica internacional
Esglobal Un nuevo orden global en la configuración de Oriente Medio Francis Ghilès

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Cómo está surgiendo en la región una nueva estructura de poder que deja a Estados Unidos y Europa fuera del terreno de juego.
Los europeos descubrieron el efecto de succión provocado por una periferia inestable durante las guerras posteriores a la disolución de Yugoslavia en los 90, pero se mostraban convencidos de que este efecto podía ser limitado a la relativamente manejable región de los Balcanes. Poco podían imaginar que los Estados fallidos, los conflictos sociales, el colapso económico y las nuevas formas de guerra asimétrica se extenderían en un amplio arco desde los países bálticos y Ucrania a través del Cáucaso hasta Oriente Medio y desde allí a las costas africanas del Mediterráneo, Marruecos y todo el desierto del Sáhara. Durante los últimos dos años, Rusia ha resurgido en el escenario de Oriente Medio, y su impacto sobre lo que sucede en los campos de batalla de Siria ha amedrentado a Occidente, Turquía, Arabia Saudí y Catar.Europa no ha logrado construir una política en el Mediterráneo y en el mundo árabe en general que se adapte a sus intereses y a su proximidad a la región, una política que no se vea determinada fundamentalmente por los intereses de Estados Unidos. Estos pueden ser inestables y resultan más impredecibles que nunca ahora que Donald Trump va a entrar en la Casa Blanca.En Oriente Medio está emergiendo una nueva estructura de poder a medida que Rusia se proyecta a sí misma como un actor cada vez más importante en la región y algunos países comienzan a permitirse importantes iniciativas que empujan a EE UU y a Europa a los márgenes del terreno de juego. Algunos observadores han dado la bienvenida a estos cambios, otros los desaprobarán, pero lo que nadie puede discutir es que su capacidad para influir en lo que sucede en la región está en declive. Dos ejemplos pueden ilustrar el rápido ritmo de cambio, uno de ellos en el Norte de África y el otro en el Golfo.Argelia, Túnez y Egipto comparten el común interés de querer acabar con el impasse en Libia. Existe el riesgo de que la violencia endémica en el país desde la muerte de Muamar el Gadafi se desborde más allá de sus fronteras —y de hecho ya ha sucedido, y de manera espectacular, en Túnez, con el atentado en la ciudad sureña de Ben Guerdane el invierno pasado o el intento de volar la planta de gas de Tiguentourine, en Argelia, hace cuatro años—. Las cosas se complicaron aún más cuando los tuaregs del norte de Malí que habían estado a las órdenes de Gadafi durante mucho tiempo regresaron a su país ese mismo mes, con armamento robado en los arsenales libios, y estuvieron a punto de derrocar al régimen de Malí. Para evitar ese desenlace, los franceses tuvieron que intervenir militarmente en la Operación Serval. Mientras tanto, más de 5.000 yihadistas tunecinos y algunos menos provenientes de Marruecos podrían intentar regresar a sus países. Las consecuencias que podría tener algo así son impredecibles.Por muy buenas intenciones que tenga el enviado especial de Naciones Unidas en Libia y el respaldo de la UE al gobierno de unidad nacional con sede en Trípoli, en el oeste, el hecho de que el control de la parte oriental del país esté en manos del mariscal Jalifa Haftar significa que el enfrentamiento entre los dos mitades de Libia, Tripolitania y Cirenaica, continúa siendo un riesgo muy importante que los vecinos del país quieren evitar a toda costa. Y no desean tampoco convertirse en rehenes de los juegos de poder iniciados fuera de la región, que sienten que no son favorables a sus intereses.
El mariscal Jalifa Haftar vuelve a Libia tras su visita a Rusia, diciembre de 2016. Absullah Doma/AFP/Getty Images