La historia de la humanidad está marcada por conflictos armados, una realidad que, a pesar de los avances en la sociedad y la diplomacia, parece resistirse a desaparecer. La guerra es injusta por definicióny por su desolador legado de sufrimiento humano, un hecho que persiste independientemente de las causas que la desencadenan y de los argumentos que la acompañan. Desde las dos Guerras Mundiales hasta innumerables conflictos a lo largo de la historia, la guerra ha sido un reflejo constante de la capacidad destructiva de la humanidad.
En el contexto actual, mientras el mundo observa con horror el conflicto en Gaza, es imperativo recordar que esta guerra, al igual que muchas otras, es inherentemente injusta. Las causas pueden variar y los argumentos se presentan desde diversas perspectivas, pero el sufrimiento humano que deja a su paso es innegable. La guerra en Gaza se ha cobrado miles de vidas inocentes, ha desplazado a familias enteras y ha dejado una estela de destrucción.
Es especialmente preocupante cuando los peores ejemplos del pasado resurgen como modelos a seguir en el presente y, si no lo remediamos a tiempo, también en el futuro. Esta tendencia amenaza con perpetuar un ciclo de destrucción que debemos evitar a toda costa. Repetir actos bárbaros, justificándolos como una cuestión de “ojo por ojo, diente por diente”, es un error trágico. A pesar de las lecciones que la historia debería enseñarnos, a veces olvidamos sus lecciones más importantes.
El conflicto en Gaza es un reflejo doloroso de la perpetua injusticia de la guerra. Las imágenes de civiles atrapados en medio de la violencia, la destrucción de hogares y la pérdida de vidas humanas nos recuerdan que, a pesar de nuestros avances en muchas áreas, seguimos siendo vulnerables a la tentación de la guerra como medio de resolución de conflictos.
En momentos como estos, es crucial que la comunidad internacional se una en la búsqueda de soluciones pacíficas y en la defensa de los derechos humanos. La guerra en Gaza nos recuerda que la paz y la justicia son valores invaluables que debemos preservar y proteger. Sin embargo, es preocupante observar que muchos países occidentales que se autodenominan “democráticos” respaldan la brutal intervención del ejército israelí contra la inocente población civil de Gaza, actuando así con doble rasero y con hipocresía. Esta falta de coherencia en la política internacional plantea serias preguntas sobre el compromiso real con la paz y los derechos humanos en la región.
El mundo no puede permitirse quedarse atrapado en el ciclo interminable de la guerra y la destrucción. Es nuestra responsabilidad aprender de la historia y trabajar juntos para evitar que se repitan tragedias como la que presenciamos en Gaza. La integridad moral y la erradicación del sufrimiento deben prevalecer sobre la repetición de la barbarie, y la paz debe ser siempre el objetivo que guíe nuestros esfuerzos. No deseamos que vuelva a tener vigencia la idea hobbesiana de ‘homo homini lupus’, en la que el hombre es un lobo para el hombre. En su lugar, aspiramos a un mundo donde la comprensión, el respeto y la cooperación sean los pilares que rijan nuestras relaciones internacionales.