Elias D. Galati
Poeta y escritor (Argentina)
« Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado, de
continuo anda amarillo; que pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso
caballero es don Dinero”.
Francisco de Quevedo
La codicia es el afán desordenado del dinero, del poder y de las cosas
materiales; también de la fama, de los privilegios y las ventajas en relación
a los demás.
La codicia es el anhelo por conseguir y acumular más de lo que se tiene y,
desde luego, más de lo que la persona se merece. Viene del latín cupiditas,
deseo, que en el caso del codicioso nace insatisfecho y siempre buscará más.
Siempre se ha mostrado en la literatura el dinero como objeto del deseo, en
la mitología el rey Midas condenado a convertir en oro todo lo que toca,
siendo prisionero de su propia deseo hasta la avaricia de Harpagón en El
avaro de Moliere.
Es cierto que el dinero es capaz de cambiar la forma en que uno se siente,
aun cuando no tenga una función evolutiva o no sea relevante desde el punto
de vista biológico.
Se explica este fenómeno como una memoria evolutiva remontada a los
tiempos en que los más hábiles para el intercambio de bienes tenían más
chances de sobrevivir y al instinto lúdico de los seres humanos relacionado
con años de crianza de la especie. El dinero sería, según esta línea de
pensamiento, el más adictivo de los juegos que inventaron los hombres.
Si miramos a nuestro alrededor veremos que cuanto más se tiene más se
quiere en especial, dinero, prestigio y poder.
El hombre tiende a sentir un vacío que llena acumulando objetos, ropa,
muebles, propiedades, dinero, conducta que conlleva consecuencias
negativas en nuestras vidas.
Querer prosperar, tener ambiciones es bueno, pero el lugar donde se pone a
la ambición y el rol que damos a la riqueza condiciona nuestra forma de ser
y de existir, teniendo en cuenta además que el más rico no es quien más tiene
sino quién menos necesita.
Si la codicia enturbia las relaciones personales, con mayor razón entorpece
las relaciones sociales.
La desigualdad, las carencias y las dificultades que enfrentan a diario
innumerables grupos sociales, además de su compromiso y responsabilidad
personal, corresponden a la codicia de individuos y grupos que se abroquelan
en funciones y roles sociales muchas veces a perpetuidad y condicionan su
riqueza como la de sus semejantes, muchas veces reducidos a la extrema
pobreza.
Pero la situación es aún más grave, porque no sólo se codicia la riqueza, el
dinero, los bienes, exagerados y suntuosos, en detrimento de los demás, sino
que también se codicia el poder, la fama, el privilegio, la superioridad sobre
los demás.
Los roles sociales están bien determinados y es imposible constituir una
sociedad aceptable y digna sin ellos, pero también debe contar en esa
disposición la justicia, el equilibrio y la dignidad de vida que a todos les
corresponde.
Vemos en este mundo post moderno, prácticamente en todas las
comunidades codiciosos que señalan y priorizan su interés personal o
sectorial sobre el conjunto social.
Vemos además codiciosos que abdican de sus creencias, de sus ideales, de
su forma de ser y de sus tradiciones, en pos de fama, dinero y poder.
El asunto es tan antiguo como el hombre, un rey francés que para coronarse
debía ser católico, dijo “París bien vale una misa” antes de su conversión.
La codicia trae desenfreno, indignidad, desigualdad, diferencias sociales y
empobrece a los pueblos.
El hombre codicioso pierde la espiritualidad ya que su corazón está en las
riquezas materiales, y allí donde está tu corazón está tu riqueza.
Por eso si queremos un mundo en paz, una sociedad digna y equilibrada y
hombres que puedan vivir felices y con alegría, debemos limpiar nuestro
corazón.
Es necesario cumplir el deber que se nos es impuesto, rechazar las vanidades
y proyectar las virtudes desde nuestro interior hacia los demás.
Comprender que no estamos solos, que es nuestra responsabilidad y nuestra
obligación vivir dignamente y lograr que todos vivan dignamente; que
aquello que nos sobra es porque a otros le falta, y que hiere a nuestra
condición humana que haya discriminación, pobreza y miseria, recordando
además que “no hay mortaja con bolsillo a la hora de partir”.
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