El gran general ateniense Alcibíades tenía un hermoso perro, quien, a su vez, lucía una hermosa cola. Tanto del perro como de la cola se sentía muy orgulloso el héroe, por lo que la sorpresa de sus amigos fue mayúscula al ver un día el can sin su apéndice.
¿Qué ha ocurrido con la cola? – preguntaron.
Se la he cortado – fue la sorprendente respuesta de Alcibíades, quien se negó a dar explicaciones por su actitud.
Ni que decir tiene que el “todo Atenas” consumió sus días en comentar el suceso, sin ahorrar críticas a quien tal crueldad había cometido.
Dolido por ello, un íntimo amigo del general fue a verle y le expuso la situación, recalcando lo negativo que resulta para su bien ganada fama el que tanto se le criticara.
Eso es precisamente lo que buscaba – dijo muy satisfecho Alcibíades y, ante el asombro de su amigo, explicó -: Mucho me dolió cortar la cola a mi buen perro, pero tenía que dar alimento a las fiestas… mientras se ocupen de criticarme por ese hecho dejarán de hacerlo por otros más importantes.
“La cola del perro de Alcibíades” quedó como frase que designa las maniobras diversionistas o “cortinas de humo”, a las que suelen ser afectos los hombres públicos.