La escritura es un acto terapéutico, es liberación, catarsis y purificación. Es de los pocos recursos que nos ayudan a desnudar nuestra realidad de manera sincera y clara, cuando no lo podemos hacer frente a las personas que nos rodean.
No se trata de impresionar o elaborar un best seller, lo fundamental es exteriorizar nuestras inquietudes, anhelos, desempolvar los lugares más recónditos de nuestra alma y buscar la felicidad a través de este ejercicio. Tampoco es cuestión de lucirse y buscar el elogio, simplemente debemos aprovechar este medio para lidiar con la soledad, ser más humanos y, sobre todo, autocríticos y exigentes con nosotros mismos.
Ante una agenda o una computadora resultará fácil llamar a ciertas cosas por su nombre, sin la necesidad de recurrir a las metáforas, lo que nos permitirá afrontar los obstáculos que se nos presentan en la vida con talante y sabiduría. De este modo lograremos descender a nuestros abismos, interpretar la realidad que gira a nuestro alrededor y conocernos más.
El sistema educativo debería valorar seriamente la opción de introducir « la creación literaria » como materia para la evasión y el desahogo, porque de esta manera daríamos voz y protagonismo a los que por miedo o timidez padecen en silencio.