No se vive sin la fe, la fe es el conocimiento del significado de la vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en algo (León Tolstoi).
Hay conocimientos que se adquieren racionalmente, las ciencias nos dan los elementos para poder comprobarlos y así los adquirimos, pero hay otros que no se pueden conocer por la razón, sólo se adquieren por la fe, por la creencia absoluta de que son así.
Por eso se dice “creer en Dios”, porque no es una cuestión racional, es un acto de fe, y ya he dicho muchas veces que si no se puede probar directamente la existencia de Dios, la prueba más palpable de su existencia, es que el mundo sigue andando, puesto que con todas las barbaridades y desatinos que cometemos los hombres, sino hubiera un ordenador Superior, el mundo habría dejado de existir.
Tener fe es creer, aun de un modo irracional; pero la vida es un continuo y permanente acto de fe.
Creemos las respuestas que nos dan a nuestras preguntas, creemos que nos llevaran adonde queremos ir, creemos todos los hechos y dichos diarios que realizamos en nuestra relación con los demás.
Creemos quienes somos, nuestro linaje, de donde vinimos, quienes nos gestaron y adonde estamos.
Por eso también creemos en el hombre, a pesar de todo, a pesar de vivir y experimentar lo que hacemos los hombres.
La evolución y la tecnología nos han llevado a un lugar privilegiado, impensado en otras épocas, que permite conocer en gran escala, estar al tanto casi simultáneamente con todo lo que sucede en el mundo, y tener acceso a todo cuanto se nos ocurra proyectar o pedir.
Pero el hombre en el fondo sigue siendo ese homo sapiens, ese primer Adán, atento y perplejo a la naturaleza y a cuanto sucede a su alrededor.
Condicionado por sus pasiones y sus deseos, y tironeado por opuestos que lo acompañan en todo su camino: lo correcto y lo incorrecto, lo individual y lo social, lo mío y lo ajeno, lo que debo y lo que quiero
Esa disyuntiva hace que el hombre deba elegir, con su acotada libertad, pero por sí y responsablemente, en el sentido que lo que haga con su elección hará que se lo valore, se lo juzgue y deba responder.
En el curso de la historia hemos visto, que comparten las decisiones correctas con las incorrectas, que hay sectores solidarios y otros personales, que se desea la paz pero se practica la guerra.
Cuesta encontrar aunque sea, un pequeño período en donde haya armonía en el mundo, donde no haya violencia y donde los hombres puedan vivir felices y en paz.
Decían los romanos, el hombre es el lobo del hombre, porque defrauda a sus congéneres y se defrauda a sí mismo.
Si bien el deseo es el motor de todas las acciones, si bien el progreso es necesario, si es sano mejorar y tratar de superar a los demás, esas ambiciones tienen un contexto social, no pueden ser expresadas desde el yo, solo para mi yo, y nada más que para mí.
El equilibrio es necesario en la vida, porque si sobra en algún lado es porque en otro falta, y entonces hay riquezas enormes en pocos lugares y pobreza sin fin en gran parte de las comunidades.
Si prevalece la soberbia, el egoísmo, la discriminación, la superioridad perversa y el autoritarismo, el equilibrio se pierde y el hombre yerra su camino y vaga hacia un destino incierto.
Mirar a nuestro alrededor, observar el mundo, nos acongoja; pasa el tiempo y parece que no hemos aprendido nada.
Siempre la conquista, siempre la violencia, siempre la rapiña, la estafa, la perversión, la corrupción, la tranza, el amiguismo, se enquistan en el corazón del hombre y en las decisiones de las comunidades, prostituyendo el orden social.
¿Por qué entonces la fe en el hombre?
Porque a pesar de todo, somos hermanos, hijos de un mismo padre y responsables de nuestro destino; porque esas condiciones se vuelven muchas veces contra nosotros mismos, y la destrucción tiende a ser masiva y a nosotros también nos abarca.
Porque en un momento determinado el ser toma conciencia de quien es, cuál es su rol, cuál es su deber, que destino tiene en esta vida, y comprende que nada puede sólo, que está sujeto a la condición de hombre, que es por antonomasia un ser sociable, y que necesita de los demás, como los demás necesitan de él.
No importa que lo niegue, no importa que lo desmienta con su comportamiento, en algún momento comprende su condición humana, y siempre es posible la redención.
Tengamos fe en el hombre, eduquémoslo como corresponde y hagamos todo lo posible desde nuestro lugar para que se inserte en un universo de armonía, felicidad y paz.