Se dice que G.B. Shaw cuidaba su jardín a modo de pasatiempo.
Cierto día, una amiga de su esposa (al parecer bastante miope) se presentó de vista en su casa y al cruzar el jardín se topó con Shaw que se hallaba podando los arbustos.
La buena mujer no lo reconoció, no obstante, se paró y le preguntó:
-¿Hace mucho tiempo que trabaja para los señores Shaw?
–Cerca de treinta años, señora -contestó Shaw.
–Es usted un maestro y me gusta su trabajo. ¿No le apetecería trabajar para mi? Le pagaré más sueldo.
–Me es imposible, tengo un contrato firmado de por vida con la señora Shaw.
–Pero eso es lo que se llama esclavitud. No se puede comprometer a nadie para toda la vida, y menos si se le ofrecen ocasiones para prosperar.
–Usted lo llamará esclavitud, yo lo llamo matrimonio -replicó Shaw, dándose a conocer.