Maternidad: todo el amor comienza y termina allí. (Robert Browning)
No podemos separar a la madre de su condición de mujer, y en ese sentido entender que a pesar de todo, la sociedad tiende a dar a la mujer un papel aparentemente subordinado, ya no al varón, pero sí, a su condición de mujer y a la maternidad.
Es como un estigma inconsciente que marca posturas, comportamientos, ideas y posiciones.
Es cierto que hay en el concepto de madre una entrega total a su rol y un amor desinteresado, como así también vocación de servicio.
Pero esta concepción surge a partir de considerar que no sólo es patrimonio de la madre, aunque es su exponente máximo, sino que es una concepción común no sólo a todas las mujeres, sino también a los varones.
Es decir, habría que comenzar por una concepción del hombre, total, absoluta, como un ser entregado a su rol, con un amor desinteresado a todos sus prójimos, con vocación de servicio y con entrega de su vida y su conducta al servicio de los demás en el lugar y el momento que le tocó vivir.
Desde allí considerar la posición de la mujer-madre, como la culminación del ser hombre, con la condición superior de la raza y con la consideración del epígrafe donde comienza y termina el amor.
El amor que marca y debe regir nuestro pensamiento, nuestra conducta, nuestros proyectos y nuestros actos.
Enmarcados en aquellos valores que distinguen a las madres, la discreción, la modesta, la sencillez y el amor infinito.
Considerados en un marco comunitario, como un bien relacional, social, tanto en la primer comunidad la familia, como en los grupos sociales posteriores, porque ese amor es indisoluble y lleva a la fidelidad con su pertenencia y con sus hermanos, en la total entrega con valentía en el hacer y con la alegría del cumplimiento del deber, que se irradia hacia los demás para que la vida sea mejor.
Ese es el valor de la maternidad, a despecho de ciertas consideraciones que en el mundo actual cuestionan la misma en oposición al trabajo femenino y la autonomía y afirmación de la mujer en el desarrollo de su personalidad, como si no fuera posible en ambos roles.
Hay una vocación de servicio que se acrecienta con la maternidad e ilumina sus otros roles sociales.
Es que la maternidad no es sólo la generación biológica, sino también la formación, la educación, el ejemplo y el modelo, y desde la visión de madre se acrecienta y aumenta no sólo en sus hijos en el seno de la familia, sino en sus actividades comunitarias, laborales y sociales.
Esa didáctica, esa pedagogía, ese ejemplo, hace que el modelo se propague y pueda ser común a todos; que todos los hombres puedan adquirir y vivir con dichos valores y asuman sus virtudes.
Eso es la madre, eso significa la maternidad.
La concepción de la entrega, que debo dar, porque es mi deber y por el amor que siento hacia los demás.
La maternidad y el amor van de la mano, y es una luz que se expande, que ilumina a la humanidad, que debería ser tenida en cuenta y aceptada en las decisiones y en el comportamiento de todos los seres humanos.
Hay una marca indeleble en todos nosotros, somos hijos de mujer, nacimos de una madre, es decir de una mujer que libre y voluntariamente eligió ser capaz de amar sin medida, de dar, todo de sí, lo que es y ella misma en pos de su descendencia.
No hay mayor gloria, no hay mayor honra que el rol de madre, y aquellos que no pueden deben tratar de adquirir los valores y las virtudes de una madre y obrar en consecuencia.
Benditas las madres, benditos todos nosotros por haber sido concebidos por una mujer madre que no sólo nos dio la vida sino también que nos formó para que seamos a su ejemplo mensajeros de ese amor infinito, total, desinteresados que hace al hombre digno de su condición, lo hermana con todos sus semejantes, y procura un mundo mejor y la felicidad que a todos nos corresponde.
