Elias D. Galati
Poeta y escritor (Argentina)
Sobre la mujer se ha ejercido y se ejerce la mayor discriminación que existe
en este mundo
Las campañas, las consignas y el día de la mujer tienen por objeto
concientizar y lograr la igualdad de género, el ejercicio de los derechos de
las mujeres y su reconocimiento en la sociedad.
El mito de Adán ha condicionado a las sociedades, y las características
psicológicas del ser humano han determinado que para poder tener
autoestima las personas nieguen y transfieran.
Yo no fui y la culpa la tuvo el otro, es explicación común para todos los
desarreglos y cuestiones espinosas de nuestra especie.
La condición es tan antigua, que la encontramos en el Génesis, allí al
preguntarle Dios a Caín donde estaba Abel, éste lo niega y le contesta ”soy
yo acaso el guardián de mi hermano”, y al preguntarle a Adán si ha comido
del fruto del árbol que había prohibido, éste contesta transfiriendo, “tú tienes
la culpa Dios, porque la mujer que me diste me tentó”, con lo cual en el
inconsciente colectivo queda flotando la duda que la culpa de todo lo que
nos pasa es de las mujeres.
Pero hay algo más, y tiene que ver con la condición biológica de la existencia
humana, que desmiente que Eva sea “la costilla de Adán”
En mi artículo “Chau Adán” he señalado que los científicos han determinado
sin lugar a dudas, que todos los embriones de los mamíferos, incluido el
hombre, nacen hembras, y que alrededor de las 7 semanas en algunos de ellos
se produce un mecanismo inhibidor que impide la formación del útero y los
genitales femeninos, transformándolos en varones.
Por lo que el varón sería consecuencia de un fallo en la formación del
embrión que originalmente es hembra.
Milenios de cultura y de educación han señalado sin embargo una supuesta
preeminencia del varón, cuando en realidad el plus de la especie está en la
mujer.
Si bien el nuevo ser se forma con el 50% de los genes de cada progenitor,
somos mamíferos, es decir el embrión que se forma no está completo,
necesita desarrollarse, y ese desarrollo se produce en el interior del cuerpo
de su madre, es decir que en el período intrauterino, sólo la madre provee a
la formación y complemento del nuevo ser.
El embrión tendrá las características de su paso por el vientre materno, con
todas las condiciones, dificultades y acontecimientos, sentimientos, alegrías
y tristezas, enfermedades y progresos que le hayan ocurrido a su madre,
durante dicho período.
El varón en esa etapa no cuenta. Sólo la madre, la mujer.
Por eso el símbolo característico de nuestra especie es una madre
amamantando a su bebé.
Dicha condición hace a la mujer, generosa, paciente, solidaria, benévola,
misericordiosa y sabia.
No tiene escapatoria, no tiene vuelta, debe ser así, si quiere gestar una nueva
vida y llevarla a buen término.
Entonces se la debe proteger, pero desde su lugar, con sus condiciones, no
pretendiendo ser amo y señor determinando los conceptos a seguir.
Lamentablemente muchas veces en lugar de protegerla se la violenta.
Debemos comprender que si hay algo más de Dios en nuestro mundo, ese
algo más es la mujer.
Ella cumple el papel de creadora y ante ello debemos rendirnos.
Es la maestra del amor, entiende la condición humana y siente
profundamente el sufrimiento, el dolor del ser, aplicando la bondad, el
perdón y el cariño que todo hombre desea.
Todos sin excepción, somos hijos de mujer, todos hemos sido gestados en
un vientre materno, todos llevamos las condiciones, las alegrías, las virtudes
y las locuras de una madre.
Bendita mujer, bendita diferencia que permitió que podamos tener una piedra
basal, un punto de inicio, una relación a la cual recurrir en cualquier
momento de nuestra existencia sabiendo que allí estará, desde este mundo o
desde el otro, para orientarnos, para protegernos, para consolarnos y para
señalarnos el camino correcto hacia nuestro destino.
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