El término pascua proviene del latín pàscae, que proviene del griego pasja que es una adaptación del hebreo pésaj que significa paso o salto.
La pascua es un acontecimiento esencial en el culto tanto judío como cristiano, y su celebración es la más importante de ambas religiones.
Más allá del sentido religioso del término y de la celebración, en su origen significaba paso o salto, como ir a una instancia superior; y después de la salida del pueblo hebreo de Egipto significó el paso del pueblo por el Mar Rojo hacia la Tierra Prometida.
Para el cristianismo significa la Resurrección del Señor después de su muerte en la cruz, como un tránsito de la muerte hacia la vida, y la revelación del plan divino para la salvación del hombre, es decir para derrotar a la muerte.
En todos los casos la celebración tiene el sentido de un salto, de un tránsito hacia un lugar mejor, de un paso a una vida mejor que le dé sentido a los sufrimientos, a los dolores y a la muerte.
Hay en ello un sustrato, un basamento sobre la celebración litúrgica, de neto tono existencial, que es la capacidad y la voluntad del hombre, de progresar, de ser mejor, de buscar las alternativas más importantes y más seguras para lograr la paz, la armonía y la felicidad.
Es además concretar el sentido trascendente de la vida, comprendiendo la finitud y los alcances del ser, entendiendo que hay un modo y una forma de lograr la permanencia, la eternidad y la existencia perenne en una vida futura que puede ser alcanzada.
La Pascua nos pone en una encrucijada. Permanecer en la rutina o atreverse a dar el salto y cambiar para ser mejores y progresar.
Porque la vida es un camino, un continuo devenir, y el sentido profundo de la vida es la perfección, lograda con el progreso permanente, con la sabiduría de saberse pequeño y falible, y la voluntad de lograr cada día un poco más, para tratar de ser mejor.
Eso es la Pascua, dar el salto, dar el paso, hacia adelante, hacia la verdad, hacia el bien, hacia la realidad de nuestro crecimiento interior y hacia la solidaridad con nuestros semejantes.
El sentido es profundamente religioso, el valor es místico, pero hay algo más, hay un camino existencial por recorrer que a veces hay que encararlo llenándose de coraje y atreverse, saliendo de la rutina y el confort de lo conseguido y de aquello que nos da placer.
La Pascua combina la meditación con la acción.
Comienza con la introspección, la verdadera, descarnada, auténtica y humilde convicción que somos falibles, que debemos mejorar, y que estamos siendo deudores permanentes de la vida y de nuestros hermanos.
Desde esa convicción pasar a la acción, en un movimiento propio que si bien es inspirado en lo histórico es auténticamente nuestro y así debemos realizarlo.
En ambas religiones hay un sacrificio, el del cordero, el de Jesús como señalando que hay que dar algo de sí mismo, que no es un paso cómodo ni simbólico, sino una realidad, que debe desgarrar lo que se debe cambiar para lograr lo bueno, lo auténtico y lo mejor.
Por eso no debemos verlo sólo como un recuerdo o una conmemoración religiosa, sino como una realidad vital propia, como algo que nos pertenece, nos conmueve y nos conmina.
En primer lugar con nuestra pequeñez, con nuestros errores y faltas, con nuestro egoísmo y nuestra soberbia, para superarlos y desde allí lograr aquello que nos falta, que hará posible que encajemos en un contexto universal que haga a la armonía, a la paz, a la concordia, a la solidaridad y a la felicidad de todos los hombres.
La Pascua hoy somos nosotros, está en nuestro interior, somos quienes debemos celebrar de verdad el tránsito, el paso, el salto hacia la verdad y hacia la bondad.
No es un mero recuerdo, es una realidad en la cual estamos inmersos, y desde la cual nos movemos y movemos el mundo hacia el futuro.
Es el paso que nos termina de constituir verdaderamente como hombres, que nos une en la igualdad y en la fraternidad.
Es la fuerza personal, que unida a la fuerza de todos los hombres de buena voluntad, que consciente y libremente desean dar el paso hacia adelante, logrará que haya armonía entre los hombres, que la paz reine, que la bondad campee en el universo y que todos podamos vivir juntos y mejor.