La primavera es una de las estaciones del año, la que le sigue al invierno y antecede al verano.
El origen etimológico del término se refiere al “primer verdor”, en referencia a que, en la época primaveral, las plantas reverdecen, y proviene del latin primum y ver.
Desde la antigüedad se asoció a la primavera con la juventud y con la vida, porque luego del invierno, la naturaleza parece que vuelve a renacer y la existencia cobra otra dimensión.
La forma de entender la primavera como la época del amor, de la bondad, de la gracia y la ternura, tiene su origen en el mito griego.
Perséfone llamada Proserpina por los romanos, era una hermosa hija de Zeus y Demeter, su madre, quien era la diosa de la agricultura y la cosecha.
Perséfone fue raptada por Hades y llevada al inframundo, del cual era el dios.
Desesperada su madre Demeter, comenzó a buscarla, dejando todo aún sus obligaciones como diosa de la agricultura.
Cuentan que el cielo se tornó gris plomizo, cayeron las hojas de los árboles, ya no brotaron flores y frutos y las cosechas se secaron.
Zeus angustiado y atribulado le pidió a Hades que era su hermano, que soltara a su hija prisionera, pero Hades se negó.
Le confesó que la había hecho su esposa y había comido seis granadas del inframundo por lo que de acuerdo a la leyenda “nadie regresa al mundo de los vivos después de comer con los muertos”.
Zeus hizo un trato con Hades: Perséfone volvería a la superficie por seis meses y pasaría seis meses bajo tierra, un mes por cada granada que había comido. Hades aceptó y Perséfone volvió con su madre. Deméter explotó en alegría e hizo renacer las flores y la luz del sol. Había nacido la primavera.
La tierra volvió a la luz y a sus colores, el cielo volvió a ser radiantes y los hombres encontraron otra vez los frutos de la naturaleza y la belleza de la vida.
La alegoría rebosa de encanto y ternura, y es un canto a la vida y al amor.
Es por ello que el corazón del hombre, y sus pasiones se exponencian y se llenan de sentimientos de bondad, de cariño, de amor y de misericordia.
Quisiéramos vivir en una eterna primavera, pero el mito nos señala la realidad, el renacer, la felicidad de la existencia viene a posteriori del invierno, como metáfora de la soledad, de la indiferencia, de la chatura espiritual.
Por cierto también es fruto de la tenacidad, de la preocupación, del amor sin medida, de quienes buscaban sin desmayo a su hija perdida; lo cual nos muestra la actitud a seguir con nuestros semejantes a efectos de llegar, y conseguir nuestra propia primavera.
Nos enseña que el amor, y la voluntad de brindar amor, sin preocuparnos mayormente de nosotros, sino poniendo la prioridad en el otro, tiene un resultado benéfico y maravilloso
Por eso la primavera no admite rencor, no admite odio, no admite violencia, no admite ventajas ni discriminaciones.
Aquel que no lo entienda es porque ha endurecido su corazón, porque se niega a amar, a brindarse, a dar no sólo lo que tiene, sino también aquello que es.
Así como la tierra despierta y entrega sus dones en la primavera, así también nosotros debemos despertar y entregar los nuestros.
La primavera como la tierra se entrega a sí misma, se da ella tal cual es, y esa secuencia debe ser la nuestra, la de entregarnos, la de darnos, la de sentir y compartir con los demás porque la vida nos da la primavera, y el amor.
Demeter volvió a la alegría e hizo renacer la luz y las flores, porque había recuperado a su hija y su felicidad fue tal, que no pudo contenerla en si; la desparramó al mundo, a los demás como proyección de su amor sin condición, de su entrega en la búsqueda de su hija.
Que esta primavera nos permita a nosotros, entregarnos al amor, a todos nuestros hermanos, a la tierra, a nosotros mismos para construir un mundo armónico y feliz.