El odio desgasta y debilita. Hay que evitar caer en las malas interpretaciones sin la necesidad de esforzarnos en analizar las cosas a nuestro antojo. Tampoco debemos buscar enemigos en cualquier parte porque el rencor limita el pensamiento crítico y genera problemas de salud. A veces me pregunto: ¿Para qué sirven los libros que leemos si sus enseñanzas no influyen en nuestras acciones?
Si no vas a aportar por lo menos procura no molestar a aquellos que trabajan duro para alcanzar sus sueños. El vacío desarrolla malos hábitos, agudiza la torpeza intelectual y limita el instinto crítico. Uno puede brillar fácilmente sin la necesidad de ensombrecer el camino de los demás porque la vida no está hecha para odiar, infravalorar y coleccionar enemigos.
Siempre he pensado que las adversidades sirven para conocernos más y conectar con la creatividad que guardamos en lo más profundo de nuestro ser. Culpar a la humanidad de nuestros fracasos sirve sólo para alimentar un tipo de rencor innecesario. Sacar fuerzas de flaqueza y remar contra viento y marea con la esperanza de renacer en medio de la tormenta son actitudes que marcarán nuestro trayecto vital para siempre.
El sistema educativo no sólo debe consistir en transmitir información y conocimiento, también tiene que empezar a valorar seriamente el aspecto emocional y darle el protagonismo que se merece.