Elias D. Galati
Poeta y escritor (Argentina)
Las fiestas navideñas tienen un colorido especial que las diferencia de
cualquier otra celebración.
Es posible que el sentido religioso de la Natividad, como la cercanía al fin
del año calendario influya en el ánimo de la gente para considerarla como un
hito especial en sus vidas.
Desde la tierna infancia esperamos las fiestas navideñas con anhelo, alegría
y esperanza.
Hay una predisposición del ánimo y un deseo de celebración que nos lleva a
una espera distinta y a una manera de enfrentar la vida, armonizar las
relaciones y encarar la conducta como nuestras acciones durante el
transcurso de estas fiestas.
Varios son los factores que inciden en esta circunstancia.
La fiesta religiosa encarnada en el cristianismo como fundante de la creencia,
instala un componente que incluye la esperanza, la paz, la bondad y la
aceptación.
La mujer que gesta y la espera de un nacimiento es una imagen primigenia y
muy fuerte en el inconsciente colectivo, generando un motivo de paz y
bonhomía difícil de explicar, pero que es caro a los sentimientos generales
de los pueblos.
La aceptación del destino, y de la condición divina impuesta a la Virgen
Madre, con todas sus connotaciones místicas y existenciales cala
profundamente en los espíritus, aún en los no creyentes, como un motivo de
armonía, bondad y solidaridad.
La esperanza que de dicha Natividad surja un cambio existencial, que logre
armonizar al hombre, sacarlo de su situación errónea e impulsarlo hacia la
eternidad, es considerada también como elemento primordial en la
consideración de la fiesta.
La paz y la bondad van de la mano de esta concreción de la aceptación en el
nacimiento.
La cercanía del fin de año, con todo lo que significa el ciclo anual en la
historia de la humanidad, en todos los pueblos, es un elemento que mueve a
tratar de hacer un paréntesis, hacer balance, considerar lo que se ha
cumplido, y las metas conseguidas y proyectar en base a ello, el futuro ciclo
anual que conlleva nuestra existencia
Es como tomarse un descanso en medio del devenir de la vida; es como
sostener un paréntesis existencial para sentir, meditar, considerar y
proyectar.
Es querer iluminar el alma, es razonar que nos conviene, cual es nuestra
postura verdadera y digna en nuestro camino, cual es nuestro
comportamiento y como debería ser idealmente para ser correcto.
La búsqueda del hombre está señalada por conseguir un objetivo esencial: la
felicidad.
Vemos que nuestra vida diaria, es rutinaria, que nuestros objetivos son
pequeños para nuestros deseos, que muchas veces estamos estancados y no
progresamos.
Este momento entonces, es ideal para intentar cambiar, para mejorar, para
pensar y realizar mejor las cosas.
Para ello debemos tratar de semejarnos a los niños, o de actuar como cuando
lo éramos.
No hay nada más sentido y hermoso, que la forma en que los niños esperan
las fiestas navideñas.
Llegó la Navidad, es fuente de alegría, de amor, de bondad, de paz existencial
y espiritual; sentirla como lo hacen los niños es la mejor manera de preparar
nuestro corazón para enfrentarla.
Un niño frente a un pesebre esperando el nacimiento, frente al arbolito
esperando el momento de los obsequios o en cualquier lugar esperando o
frente a Papa Noel, es una imagen bucólica, amable, de bonhomía y placer
espiritual.
Coloquemos nuestro espíritu y nuestro corazón en dicha dimensión; seamos
como niños esperando el milagro de la vida, el milagro del amor, la paz y la
armonía que tanta falta hace en nuestro mundo, y que es el fundamento de la
existencia, de la felicidad.
El milagro de la Navidad se produce en nuestro corazón, cuando nos
sinceramos con nosotros mismos, cuando reconocemos a nuestros hermanos
como tales, como iguales, como partícipes de nuestra vida y de nuestra
condición.
En especial cuando damos, todo lo que podemos dar de nosotros, porque no
hay mayor felicidad que dar, y hacer felices a nuestros hermanos.
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