América LatinaCrónicasCultura

LO QUE NO SE DIJO, Elías D. Galati (Argentina)

Reflexiones

Si le hubieran dicho a Romeo que la muerte de Julieta era simulada, se habría

evitado la tragedia.

¡Cuántas cosas no hemos dicho en nuestra vida! ¡Cuántas veces hemos

preferido callar, esperando otra oportunidad, que quizás nunca llegó!

Aunque sabemos que la palabra es nuestro modo de comunicación, y que esa

palabra dicha, está dispuesta a ser escuchada por los otros, es más lo que

retenemos que lo que decimos

En especial con nuestros sentimientos; pareciera que deben permanecer en

nuestro corazón y no divulgarse, salvo en situaciones muy puntuales y

especiales y sólo a pocas personas.

¿Por qué se retienen las palabras?

Es por cobardía, por vergüenza, por no comprometernos o por miedo y

temor, la mayoría de las veces.

Tanto nos cuesta hablar.

Puntualmente para demostrar nuestros sentimientos, para experimentar

empatía con la gente o para alegrarnos con sus logros.

Es como posponer el nosotros en relación al yo; es considerar que debemos

prevalecer en la nuestro, sobre todo cuando no nos sentimos en igualdad, ya

sea por sentirnos superiores o inferiores a los demás.

Nuestras expresiones son un parámetro de cómo es nuestra relación con los

otros y con la humanidad; dan la precisión de nuestras ideas y de nuestra

personalidad.

A partir de allí podrá el referente entender si estamos dispuestos a compartir,

si queremos ser parte de una comunidad, si nos sentimos solidarios, o si

somos una especie de lobo solitario que nos remitimos y agotamos en

nosotros mismos.

La vida es corta y los tiempos se agotan, para que perdamos oportunidades, y

en verdad pocas veces se repiten las ocasiones.

Si hemos dejado pasar la oportunidad es probable que nunca vuelva a ocurrir.

Ya he señalado que a veces el silencio, significa la negación a la demanda

de nuestros hermanos.

Es cuando implícita o explícitamente se nos pide una opinión, un consejo,

una mano, un aliento o compartir un sentimiento, y la falta de respuesta, es

un acto insensible, desalentador y a veces pernicioso.

Cuántas veces hubo quien espera nuestra palabra, porque la necesita, porque

la desea.

Si nos sentimos parte de una comunidad, si nos sentimos responsables no

sólo de nuestra felicidad sino de la felicidad común, nuestra palabra es

necesaria e imprescindible y debe darse.

Con mayor razón en relación a nuestros sentimientos. Cómo nos cuesta decir

que amamos, que deseamos y necesitamos el amor de los demás y que

estamos dispuestos a dar nuestro amor en la misma medida.

A veces omitimos decir lo que sentimos o lo que queremos, y luego cuando

queremos hacerlo ya es tarde, o porque la situación cambió, o porque el otro

ya no quiere escucharnos o más trágicamente porque ya no está.

Nuestros sentimientos interiores están mezclados con el temor, la vergüenza,

la cobardía y el egoísmo del no te metas, y ellos muchas veces nos atan e

impiden que nuestras palabras fluyan como deben fluir en relación a la

situación o la demanda de los otros.

Es humana dicha sensación, pero también es necesaria la virtud de la

superación, la creencia en la trascendencia del propio ser hacia los demás, la

expresión de nuestro ser, como ser universal y que todo lo contiene.

En todo momento y en todo lugar hay quienes esperan y desean escuchar

nuestras palabras, para su propio consuelo, para su conocimiento y

crecimiento personal, para unirse espiritualmente con nuestro sentir y

nuestro querer, de una forma tan profunda que no puede ser contenida y se

expande hacia el infinito.

Nuestra palabra es necesaria, como nosotros necesitamos la palabra de los

demás, y debemos honrar nuestra dignidad dirigiéndola siempre y en todo

lugar que la misma sea reclamada.

Nos hace hombres, nos hace dignos, nos hermana, nos remite hacia la

eternidad.

LO DEBIDO

Las luces del lugar

disimularon la noche,

sobre la mesa vacía

un cubo de gaseosa,

mudo testigo

de un dolor sin reproche.

Te has ido

como escapando

de lo imposible

una realidad insondable

que angustió tu corazón

con el temor de lo impredecible

Escuché tus razones,

pero no condecían

con lo que sabíamos

ambos mentimos…

tu por miedo, yo por cobardía

disfrazando lo que sentíamos

Pundonor, formalidad, recato

por hacer lo debido

porque es el deber

pero mas aún también

porque es imperativo

y está ordenado

¡Cuánta tristeza

invadió mi alma!

con la verdad, debí retenerte

gritarte : “te amo”

aunque después me costara

no volver a verte

(Coda)

Te entregué mi corazón

caina junto a ti por la vida

sin esperar nada

solo para brindarte amor

Afficher plus

Articles similaires

Bouton retour en haut de la page