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Los relatos del Corán (o de los Profetas), Hoy: Ismail, de: Muhammad Ahmed Jad al-Moula Muhammad Abu al-Fadel Ibrahim Ali Muhammad al-Bajaoui Al-Saïd Chahata Traducido al español por Said Jedidi (Dar Al Kutub Al Ilmya- Beirut)

Especial Ramadàn

Abraham emigró a Palestina en compañía de su esposa Sarah y su sirvienta Hagar, llevando con él su ganado y transportando todos sus bienes que había comprado en el curso de su estancia en Egipto. Una vez en Palestina, se detuvo, encontrándose rodeado por su familia y de la comunidad que le había acordado fe.

Sarah era una mujer estéril, lo que la hacía sufrir atrozmente. Constató que su esposo deseaba tener a un hijo que ella no se lo podía dar. Era muy mayor y no esperaba quedarse encinta. Debido a lo cual aconsejó a su esposo a sacarse con su sirvienta.

Hagar era, realmente una mujer muy honesta, obediente y fiel. Sarah propuso a su marido esta idea, impulsada por un vivo deseo de ver a Abraham convertirse en padre, tal vez este hijo tan anhelado cambiaria la vida de su esposo y transformaría su soledad en consolación y la obscuridad de su vida en la luz del sol.

Abraham se sometió a la voluntad de su esposa, casándose con Hagar, la cual no tardó en darle un hijo inteligente que le dio el nombre de Ismail, aliviándose el corazón de Abraham a quien el nacimiento de su hijo mayor le llenó de alegría y regocijo. No está permitido de dudar que al comienzo Sarah celebró con alegría el nacimiento de Ismail, expresando una profunda satisfacción por la nueva actitud de su marido. Pero… los celos estaban allí para invadir su buen corazón, convirtiéndose en triste y profundamente apenada, transformándose su vida en una continua y asfixiante inquietud. Se sentía privada de la quietud y de la alegría, no soportando su corazón ver ni a Hagar ni a su recién nacido.

Sufría atrozmente, fracasando en sus intentos de encontrar alguna consolación o de poder dominar sus pasiones, viviendo en la tristeza y el lamento, la melancolía y el temor. Su único desahogo consistía en alejar a Hagar y a su hijo lejos de la casa. Fue entonces cuando sugirió a su marido transportar a su nueva esposa hacia un lugar muy lejano para dejar de escuchar los gritos de Ismail que la irritaban mortalmente.

Abraham volvió a someterse de nuevo a la voluntad de su esposa[1]. En realidad, fue Allah quien le Insinuó responder al llamamiento de Sarah. Inmediatamente decidió sentarse a horcajadas en compañía de Hagar y de su hijo y emprender el camino, guiado por la voluntad divina, pletórico de la buena gracia de Allah.

Su viaje resultó tan largo como fastidioso. Al llegar cerca de la Casa Santa, plantándose delante de ella junto a su esposa y su hijo. El lugar era desolado, desnudo, cansadísimo él y su pequeña familia, elevados después de este largo viaje, no poseían más que poco alimento y una cantimplora media llena. Pero su confianza en la buena misericordia de Allah no tenia limites. Instaló a su esposa y a su hijo en este lugar árido, emprendiendo él el camino de regreso. Su esposa Hagar le siguió, atándose a él. Cogió el cabestro de la bestia diciendo: “¿Por qué nos abandonas en este lugar árido e inhóspito?”. Trató de suplicarle, pidiéndole tener piedad por su hijo, el más querido y el más precioso para él, implorándolo no abandonarlos en este lugar aislado, desolado, amenazados de hambruna y de sed. Las lagrimas la cegaban, no olvidando, sin embargo, de atraer su atención sobre su lamentable situación: “¿Quién nos protegerá contra los lobos feroces, quién nos pondrá a salvo cuando seamos atacados por animales depredadores? ¿Como lograremos soportar la temperatura y la ola de calor?, le preguntó, llorando un mar de lagrimas. ¿Por qué no respondía a este lamento y por qué no contestaba a esta imploración? Si su situación no interesaba de modo alguno a Abraham ¿Tampoco le interesaba la de su hijo?

Frente a esta extremadamente difícil situación, Abraham reveló a su esposa que fue Allah quien le Insinuó obrar de esta manera y que ella debía aceptar, con plena sumisión a Allah, la voluntad divina.

Profundamente influenciada, Hagar se entregó totalmente a Allah, cesando de implorar a su marido.

(Continuara)

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