Siempre hemos relacionado algunas conductas humanas con el nivel educativo de las personas. No obstante, la experiencia, el tiempo y las circunstancias han dejado claro que poseer un título académico no es un criterio fiable para asegurar que una persona es bondadosa, solidaria, inteligente y afable en el trato. Lo mismo se puede decir de aquel nunca tuvo acceso a la educación, porque sería injusto calificarlo como estúpido, impúdico o vulgar. Dicho lo cual, me viene a la cabeza una sabia reflexión del escritor y economista español Álex Rovira que dice lo siguiente: « Hay personas que han tenido acceso a una buena educación pero son maleducadas porque no tienen corazón, y hay personas que no tuvieron el privilegio del acceso a una buena formación pero son extraordinariamente bien educadas ». Debemos separar entre formación y educación, y en nuestros tiempos, ésta última es la que muchos no cuidan.
De nada sirve tener a un profesional bien formado que presume de títulos y distinciones pero que en el fondo le frustra ver al de al lado triunfar, contribuye en la degradación del medio ambiente o recurre a la humillación y a la intimidación para lograr sus propósitos.
En nuestro imaginario habitan miles de imágenes e ideas que en su mayoría se han formado por no tener la suficiente valentía de llamar a las cosas por su nombre por miedo a ser rechazados e incomprendidos.