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  Panamá, el maleficio exorcizado Por: Hassan Achahbar (*)

 

La violencia con que fue ejecutada la ofensiva argelina en Latinoamérica y el Caribe durante la década de los 80, en apoyo a su escuálido engendro llamado “república saharaui”, tomó por asombro a más de uno. A la diplomacia marroquí, el impacto del golpe le costó sudor y años de penitencia antes de reponerse.

Hoy, sería un tanto inverosímil, aunque no imposible, que alguno de los muchos países de la región que le han sacado la tarjeta roja al virtual ente saharaui vuelva a caer en la trampa. ¿Ha sido Panamá la excepción a la regla? El país istmeño cambió de parecer en dos oportunidades desde el 20 de noviembre de 2013.

Vale recordar aquí que los gobiernos de Panamá y de otros países latinoamericanos y caribeños cedieron sin pestañear ante la agresiva campaña argelina, unos por exceso de incredulidad y varios inducidos desde la metrópoli cubana durante y después de la Cumbre del Movimiento de los No Alineados celebrada en La Habana en diciembre de 1979.

De igual modo, la ofensiva argelina se benefició, en pleno auge de la Guerra Fría, de la resonante victoria militar de la guerrilla sandinista en Nicaragua, destronando a la dictadura somocista y que, antes de ser gobierno en julio del mismo año 1979, ya había reconocido a la presunta república saharaui.

Además, intervino un incalificable e inquietante factor español. Se trata de un hecho quizás menos conocido pero determinante porque coadyuvó en el diseño y el desarrollo futuro de la empresa anti-marroquí en la región. Fue un golpe bajo, traicionero y certero asestado contra Marruecos por Adolfo Suarez, el presidente del gobierno español durante la transición postfranquista, quien, en paralelo, visitó el mismo 1979 los presidios norteafricanos de Ceuta y Melilla.

Acuérdese en este contexto del rencor que el pretensioso Premier y futuro Duque le guardaba al país vecino porque el Rey Hassan II trataba los asuntos de Estado directamente con el Rey Juan Carlos de España y no con el jefe del ejecutivo, y porque, además, Marruecos reivindicaba su soberanía sobre las dos “Plazas españolas”.

Acuérdese también de la doble presión que la Argelia de Houari Boumediene ejercía sobre Madrid desde la Marcha Verde en 1975, alentando al separatista canario Antonio Cubillo, jefe del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (Mpaiac), y empollando y armando a los piratas del Polisario para atacar los intereses y pescadores españoles en el Sahara.

No se sabe a qué precio. Lo cierto, sin embargo, es que el Premier español se sirvió a voluntad, desquitándose alegremente contra Marruecos, al abrirle en Panamá un nuevo frente de hostilidades. Fue por su expresa recomendación que el presidente panameño, el general Omar Torrijos, negoció y acogió a los primeros representantes saharauis en 1979-1980, antes de que Cuba sellara, públicamente, su pacto con el diablo, acomodando su “Isla de los Piratas” (ahora de la Juventud) para albergar, entrenar y adoctrinar a los terroristas del Polisario.

Desde entonces y hasta el 20 de noviembre de 2013, Panamá aparecía como uno de los países que más le rezaban al santo argelino, constituyendo, con una docena más de Estados, el núcleo duro de los llamados “incondicionales”, la mayoría atrapados en su respectivo dilema de prisioneros.

Pero en ese día 20 de noviembre, Panamá se sacó la espina y salió airosa abandonando la lista de los “leales” encabezada por los regímenes autoritarios de Cuba y Venezuela que no escatiman en fanatismo ideológico como si la Guerra Fría jamás hubiera terminado.

Hoy, estos “leales” son una pequeña minoría. Los hay quienes no han movido fichas por arrogancia (Uruguay) o tal vez por falta de compromiso (Belice, Bolivia, Guyana, Surinam y Trinidad y Tobago) o simplemente por temor al linchamiento político por parte de la izquierda radical (México).

En cuanto a Panamá, el cuento ya se acabó. Nadie lo ha contado pero antes de 2013 hubo otras tentativas de acercamiento. Hoy, y a esta altura del partido, para nada serviría lamentar por ejemplo que el presidente Martin Torrijos no haya podido concretizar el proyecto de enmendar el error de su padre, el general Torrijos.

La posibilidad de congelar las relaciones con los separatistas saharauis se tocó en dos oportunidades, a principios de 2008. Una primera vez en Guatemala en un encuentro con Mustapha Oukacha, presidente de la Cámara de los Consejeros (Senado), con ocasión de la investidura del presidente guatemalteco, Alvaro Colom, el 15 de enero, y la segunda al margen de la asamblea de la Internacional Socialista en Santiago de Chile, el 21 de febrero, durante un reunión, con testigos, con el socialista y ministro de Estado, Mohamed El Yazghi.

Es de destacar a este respecto que buena parte del mérito le corresponde al excelente trabajo del embajador Mohamed Khattabi, residente en Bogotá, y al vicepresidente y ministro panameño de exteriores, Samuel Lewis Navarro, quien le expresó al diplomático el interés de su país de dar al diferendo del Sahara una « orientación pragmática y con apertura de espirito ».

Aquí, el gran escollo ha sido básicamente esta endémica indefinición que generalmente caracteriza a la política exterior de algunos Estados de la región. A veces, también concurren factores exógenos tal como sucedió en diciembre de 1990 cuando el general Manuel Noriega fue derrocado dejando sin efecto una decisión ya acordada de retirar el reconocimiento a los separatistas.

Pero más allá de esto, lo que hay que enfatizar en el doloroso parto es la existencia de una nueva consciencia continental, un cambio conceptual operado en el contexto de las transformaciones políticas a nivel del hemisferio.

Es de subrayar en este sentido que el gobierno del presidente chileno Sebastián Piñera fue el primer en trazar el itinerario desde marzo de 2011. En carta oficial, en respuesta a un requerimiento del Parlamento, el canciller Alfredo Moreno Charme afirmó rotundamente que Chile no reconocerá bajo ningún concepto una autoproclamada república encabezada por un movimiento militar separatista, ni establecerá con ella relaciones diplomáticas.

Conforme a los principios del derecho internacional, el ministro Moreno Charme reafirmó con la seriedad de siempre que para que un Estado sea reconocido era necesario reunir diversas condiciones que no estaban presentes en el caso de la “Rasd”, tales como el “control efectivo sobre un territorio y su población, gobierno propio e independencia”.

El ministro Moreno Charme marca el tono: “Cabe agregar que Argentina, Brasil y otros países latinoamericanos con los que mantenemos especial afinidad en materia multilateral observan una política similar a la nuestra”.

Eso mismo opinó el gobierno del presidente paraguayo Horacio Cartes, al fundamentaren una declaración de la cancillería, que mientras dure el proceso de paz iniciado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el gobierno del Paraguay ha tomado la decisión de suspender los efectos del comunicado Conjunto sobre el establecimiento de las relaciones con la “república saharaui”.

De igual modo, la cancillería panameña afirma tajante en su comunicado del 20 de noviembre de 2013: “Para que una colectividad humana pueda aspirar a constituir un Estado soberano, que sea reconocido por la comunidad internacional, es necesario que reúna elementos fundamentales para su existencia como son el territorio, población, gobierno e independencia”.

El mismo documento de la cancillería panameña sentencia sin medias tintas: “El Gobierno de Panamá considera que estos elementos no se han consolidado en la creación de la República Árabe Saharaui Democrática”.

Es más. Puntualiza que la decisión panameña de retirar el reconocimiento a la presunta república saharaui “se mantendrá hasta tanto culmine el proceso de paz, iniciado y mediado por las Naciones Unidas, sin perjuicio del respaldo que en el futuro se brindará a las iniciativas que a nivel multilateral se adopten en esta materia”.

No importa si dos años después y a solo días de la visita del canciller Salaheddine Mezouar para la inauguración de la embajada residente del Reino en Panamá, el ejecutivo de este país reaccionó, no se sabe por qué motivo o capricho, reanudando relaciones con la “república saharaui”.

Esto, sin duda, desanima y hasta lastima. Pero no será para derramar lágrimas de dolor. No es para tanto. Para qué insistir si siempre habrá quien “no cae”. Lo más importante en el caso panameño es que el maleficio ya se exorcizó.

 (*) Periodista especializado en temas iberoamericanos

 

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