Relatos del Corán” (Historias de los profetas), Capitulo 21, Hoy: OZAÏR (LOS PROPIETARIOS DEL JARDIN) De Mohamed Ahmed Jad Al Maula, Mohamed Abu Al Fadel Ibrahim y Ali Mohamed Al Bajaui Al Said Chatta. Traducido por Said Jedidi y editado por: Dar Al Kutub Al Ilmya (Beirut)
"Relatos del Corán"
(Dar Al Kutub Al Ilmiya-Beirut)
El amanecer desparramaba su resplandor en las colinas y los valles. Un aire suave y ligero se extendía en Darouan[1], una pequeña localidad en la costa del Yemen. Con los primeros rayos del alba, un anciano[2] cogió su bastón y se dirigió con pasos lentos hacia su jardín. Era obvio: los años dejaron claramente sus huellas en los signos de vejez de este anciano sin poder alcanzar su espíritu vivo y joven.
La espalda jorobada, los pasos reposados pero la determinación inquebrantable. El hombre empujó cuidadosamente con sus manos la puerta de su jardín, entrando con plena vivacidad y resolución.
Era un buen jardín lleno de frutos y de flores abiertas que desprendían un olor suave y perfumado que dominaba los corazones y los espíritus.
Muchas variedades de flores descansaban en el suelo, produciendo una sombra fresca de mil colores, reflejándose en la verdura abierta. En la superficie de un bendito arroyo se elevaba un cielo azulado y siluetas ebrias: la de los pájaros que derrochaban el regocijo. Un suave viento llevaba en sus entrañas algunas hojas verdes y giraba en torno a sí mismo como si vacilante, bailara con ellas el vals. La melodía era realmente mágica. Las plantas salmodiaban, las ramas se entrelazaban, acercándose y alejándose. El rocío estaba aún allí. El alba también, parecía no querer abandonar este paraíso. Los árboles que apenas podían moverse por el peso de sus frutos parecían tender las manos generosamente a los que pasaban para ofrecerles sus frutos, para exhibir ante los pasajeros en pleno agradecimiento los bienes y la solicitud de Allah. Las viñas brillaban por el sol y las palmeras datileras se elevaban orgullosamente en el horizonte. Este jardín ilustraba cabalmente la belleza en su más sublime forma, suscitando la alegría y el regocijo de los pasajeros y visitantes. Por ello la gente tomaba este lugar por refugio cuando se sentía melancólica o sentía la necesidad de descanso.
El anciano entró a su jardín en toda quietud, desplazándose placenteramente entre su belleza, respirando el aire perfumado desprendido por sus flores y gozando con lo que transmitían los ruiseñores. Invadido por la admiración se prosternó al Señor en señal de gratitud antes de Implorarlo a ponerlo a salvo de todo lo que le podría descarriar de la vía recta. Llorando rogó a Allah ayudarlo a ser agradecido y de protegerlo contra la seducción de Satanás: “Señor el adorno de esta vida no vale nada en comparación con Tu satisfacción. Ayúdame a agradecerte día y noche y no Hagas de mis riquezas una causa de tentación para mí. Los ricos son, a menudo tiranos salvo los que hacen buen uso de sus fortunas.
La visita y la consiguiente oración en el jardín se habían convertido en una costumbre cotidiana de este venerable hombre…una costumbre, para él, sagrada que cuando el jardín comenzó a dar sus frutos, recurrió a uno de los jardineros para ayudarle a cosechar la siega.
Una vez terminada esta labor los pobres de la localidad corrieron hacia él para llenar sus cestas. Sus obras caritativas eran incontables. Además, el hombre dio su autorización a la gente de recoger todo lo que los jardineros dejaran tras la cosecha; los frutos no recogidos u ocultos detrás de ramas o lo que los jardineros estimaban aún inmaduros. En una palabra: era su costumbre el ver al prójimo satisfecho.
Sin embargo…los hijos de este hombre desaprobaron su comportamiento. No compartían su deseo de compartir su dinero con los pobres o de transformar, como lo hizo él, el campo en un paso accesible para todo el mundo a excepción de ellos.
Su padre los trataba igual que los necesitados e incluso peor. Por lo que uno de ellos dijo: “O, padre, nos has quitado nuestro derecho. Nos privas de lo que, en realidad, nos pertenece. Das más a los demás que a nosotros y gastas a ciegas para facilitar a los demás los medios de subsistencia, mientras que nosotros necesitamos tu ayuda”.
El segundo enlazó: “O, padre, si continúas obrando de esta manera, no encontraremos ni dinero ni fortuna después de tu muerte. No vas a dejarnos en herencia ni bienes ni ganado y seremos pobres y desheredados, pidiendo limosna”.
En cuanto al tercer hijo cuando se dispuso a tomar la palabra, su padre le hizo un signo de detenerse. Los observó insistentemente uno tras otro antes de decirles: “Os veo en un mal extravío. Os equivocáis cuando pensáis de esta manera. ¿A quién pertenece esta fortuna de la que queréis llevar la parte del león? No es ni mía ni vuestra. Yo no poseo el jardín. Vosotros tampoco. Allah me Dio esta fortuna para que velara por ella. Me Ha Confiado este objeto-depósito a fin de consumirlo equitativamente. Ha Confiado en mí y quiero ser digno de esta divina confianza. Esta fortuna, queridos hijos, no nos pertenece. Los pobres y los necesitados tienen parte de ella. Los enfermos y los viajeros, otra y hasta a los pájaros y los animales debo alimentar. Lo que queda es nuestro. Esta es mi costumbre y no hago más que ejecutar las órdenes del Señor. La fortuna se multiplica cuando se ayuda a la gente y la limosna legal purifica los bienes. Asi fui durante mi juventud y me apego todavía más en mi vejez. ¿Cómo puedo cambiar de costumbre si estoy a un ápice de la muerte? Tened más confianza. Me veis ahora muy viejo y más débil, con la espalda jorobada y el pelo canoso, enfermo y delgado. Dentro de poco me iré al Señor y vosotros heredaréis mis bienes: el jardín, el dinero y el ganado. En este caso tendréis dos opciones: Si hacéis uso de esta riqueza, dando la limosna legal de vuestros bienes, Allah multiplicará vuestras riquezas. Es una promesa verídica. En cambio, si sois avaros, Allah Promete pobreza a los avaros y os arrojará en la necesidad”.
Debido a la enfermedad y la vejez el hombre falleció poco después, yendo su alma a Dios, dejando las preocupaciones de este mundo a la gente de este mundo.
Pasaron los días y el jardín volvió a ser listo para la cosecha.
Los pobres lo esperaban como de costumbre para recoger los frutos maduros. Los hijos se reunieron y debatieron entre todos lo que debían hacer con la cosecha. Uno de ellos dijo: “Sin duda ningún pobre o mendigo podrá venir a molestarnos hoy. El jardín es nuestro y el producto nos pertenece. Lo repartiremos equitativamente entre nosotros. Si uno de nosotros desea invertir lo que posee, es libre en hacerlo y si desea almacenar su parte también será bienvenido. Ello multiplicará nuestra fortuna y nos proporcionará más oportunidades de ganancia”.
El más moderado de ellos, aún joven y con los mismos rasgo y características de su padre, contrariamente a sus hermanos, más inclinado a hacer el bien, dijo: “Vais a hacer una cosas que os parece buena, pero que en realidad es mala. Pensáis hoy que esto os va a aportar alguna ganancia. Debéis estar seguros de que si os mostráis avaros hacia los pobres y los desfavorecidos os vais a exponer a sus ataques y a su odio. Van a revelarse contra vosotros y os tomarán por enemigos. Denos a la gente lo que Allah nos Ordenó y seamos generosos como lo era nuestro padre. Os prometo que, por su gracia, Allah multiplicará nuestra opulencia y nos colmará de bendición y de prosperidad.
Los dos hermanos respondieron gritando al unísono: “No propongas lo que supera tus capacidades. Deja de darnos consejos que consideras importantes. No escuchamos ni aceptamos lo que nos dices.”
El hermano les respondió: “Si mis consejos no os agradan y si dais la espalda a la razón, rezad que la oración os puede preservar y os puede poner a salvo contra las acciones inmorales e ilícitas. Tal vez os vuelvan a poner en la buena vía y puedan influenciaros a tener piedad de los pobres y los necesitados.”
No obstante, los dos hermanos se negaron a escuchar lo que el más moderado de ellos decía, decidiendo ir al día siguiente cosechar el producto y repartirlo entre ellos antes de que los demás se diesen cuenta de su empresa.
Juraron recoger la cosecha por la mañana. Juraron sin reservas pero Allah Conocía sus malas intenciones. Su diabólico plan tenía como objetivo privar a los huérfanos y los menos favorecidos de su derecho legal. Mientras dormían, Allah Desencadenó sobre el jardín una plaga nocturna que asoló rápidamente lo sembrado no dejando ni planta ni árbol. Por la mañana el jardín se encontraba calcinado.
Por la mañana temprano se llamaron uno a otro diciendo: “vamos a ver nuestro campo si queremos cortar el producto”. Emprendieron el camino recordando uno a otro que debía ser austero hacia los pobres, convencidos de que aquello estaba en su poder. Pero al ver el desastre ambos gritaron a la vez: “¿Es este nuestro jardín que dejamos ayer? Nuestro jardín estaba verde, ramificado, listo a la cosecha y grato para la vista. Creemos que este jardín no es el nuestro. Nos hemos equivocado de jardín o bien somos desgraciados”.
El hermano más moderado les dijo: “No. Es justamente nuestro jardín que Allah nos Ha Privado de su cosecha antes de poder usurpar derechos legales de los pobres. Se trata de la retribución de todo avaro ávido. ¿No os lo dije ya? No os dije que no glorificáis a Allah. Gloria a nuestro Señor. La verdad es que éramos injustos”.
Los hermanos comenzaron a acusarse mutuamente: “Somos unos desgraciados. Hemos obrado como rebeldes. Tal vez nuestro señor nos Remplace nuestro jardín por algo mejor. La verdad es que queremos acercarnos a Él”.
Pero la orden de Allah había intervenido. No les quedaba más que lamentar y soportar las consecuencias de su perfidia. “Tal fue su castigo. Pero el castigo de la vida futura es mucho más grave. Que no lo saben”[3].