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Sembrando Amor en las Calles de Rabat

Lección de compasión

 

En las estrechas y evocadoras calles de Rabat, vivo mi vida como una óptica dispuesta a dar la mano a quien la necesite. Las palabras sabias de mi abuela resonaron en mi mente mientras recorría mi camino hacia la tienda: « Procura no ir esparciendo espinas por el camino. Tal vez te toque volver descalza”.

Tengo el don de mejorar la visión de las personas, pero también, según me dice siempre mi padre, tengo un don especial para iluminar sus días con pequeños gestos de amabilidad. Un día, un cliente especialmente irascible entró en la tienda, quejándose airadamente de sus nuevas gafas. A pesar de la actitud hostil, me tomé el tiempo para escucharlo con paciencia y resolver su problema. Al final, el cliente se fue agradecido y satisfecho.

Los meses pasaron y mantuve mi camino de compasión y bondad, a pesar de los desafíos cotidianos. Un atardecer, al cerrar la tienda, vislumbré a un anciano sentado en el umbral de una mezquita, descalzo y envuelto en ropas raídas. Su rostro mostraba años de vida y sabiduría, pero también reflejaba la dureza del tiempo.

Movida por una profunda empatía, me acerqué al anciano y le ofrecí un poco de dinero y algo de comida. Su mirada agradecida iluminó su rostro y me contó su historia. Había sido un hombre próspero, pero la vida a veces es caprichosa y lo había despojado de todo. Ahora, vagaba por las calles en busca de calor y sustento.

Esa noche, aprendí que la vida puede dar giros inesperados y que la compasión y la amabilidad son un bálsamo para las almas heridas. Cada pequeño gesto de bondad que compartimos puede marcar una diferencia en la vida de alguien más. Con el tiempo, el anciano y yo nos convertimos en amigos, y su presencia en mi vida me recordaba la sabiduría de las palabras de mi abuela, enseñándome a sembrar amor y compasión en cada paso que doy.

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