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“Amigo acompáñame a volar” (Bilocación perpetua), Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón

Reflexiones

Por mis facultades de bilocación mi cuerpo astral y físico se encuentra conectado entre sí por medio de un cordón de plata que me lleva a través del espacio y tiempo a mi nido sideral. Es una masa resplandeciente de colores indefinidos que se florean como cometa al final de su cuerda la que me une al amor de mi vida. La luna, mi luna. Cordón espiritual que como alas centellantes en feroz espiral, gira voraz buscando alcanzar el universo,  trasponiendo los límites conocidos y demostrando que existen otras dimensiones que me permite llegar a la guardiana de los mares. Una vez más estoy sentado, tocando y abrazando a la lámpara del cielo. Desde de la obscuridad del espacio, del frío, de los sueños que turban al hombre, observo melancólico y taciturno a un mundo turbado. A un planeta sacudido, confundido con grandes mutaciones. Invadido por la epidemia, el virus, el ruido, el caos y la pandemia que esfuma los suaves atardeceres y oculta la dulce entrada de la noche. En este planeta moderno en donde vivimos y nos desplazamos ignoramos temerosos al techo esplendoroso que nos cobija y envuelve. Es por eso que desde esta diana griega y artemisa romana, contemplo acongojado a una tierra ignorante que mira indolente y enclaustrada al cristal del cielo como si fuera un objeto que anda por ahí, dando vueltas. Un mundo que pareciera no tener presente de qué tamaño ni color se presentará  la lámpara que ilumina los sueños en cada noche. Hasta los pueblos antiguos la imaginaron una diosa, deidad de la noche, de la obscuridad, del frío, de los sueños que turban al hombre. Ligada desde siempre a la poesía con su eterna lección de alegre y optimista renacimiento con cada luna nueva. Los griegos, inventores de la lógica, ya la estudiaron como un todo. Algunos imaginaron que sus valles y montañas se parecían mucho a los de la tierra; Otros que era esférica calculando su diámetro y distancia. Y muchos, la concibieron habitada por inteligentes selenitas, con sus platos voladores de parpadeantes colores. Sin embargo este pez volador acaricia sin cesar los destellos de la guardiana soberana para que no se quede sola con su redonda cara serena que contempla a la Tierra  acongojada. Así desde lo alto vislumbro optimista a la vida que bulle y se desplaza y me niego al encierro mortal y pesimista. Nadie puede negar esa asombrosa relación de amor y amistad con nuestro mundo. Ninguno puede cuestionar a la luna como la constante y fiel amiga de la tierra. Nada puede alejar a su aliada consecuente de amor perpetuo. Es que la lámpara del cielo que pende del azul eterno será siempre una amante en celo que muestra embriagada a la humanidad terrestre su cara seductora como si estuviera embobada en su contemplación, deleitándose de su perpetua compañía. Al contemplarla nuevamente desde esta vaporosa embriaguez de mares y cráteres me sumerjo en el recuerdo insondable de un ser querido, de un amor perdido, o de un amigo olvidado. Todos estamos enlazados bajo un mismo techo a esta esfera luminosa como piedra esculpida, en donde alguna vez llego el hombre y observó desde el más allá el maravilloso puente de oro que une. Es un verdadero milagro tener la facultad de estar más allá de todo cuerpo. No importa el tiempo. Solo interesa que de pronto puedo ser estrella, un color, una briza, un recuerdo, un poema o una palabra en compañía de un amigo unido a un fino cordón de plata  ¿Dónde estás, mi querida luna? No te vayas. Quédate, te necesito en este planeta confundido que no deja de llorar. Anídate en mis pupilas, en mi corazón animado y acompáñame a volar.

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